LOS PASOS PERDIDOS

 

Ante un retrato mío de crío, una de mis nietas me pregunta: “abuelo, ¿ese eres tú?”.. La habitual respuesta se me quedó trabada en el disparadero, al caer en ese momento que la contestación “” iba a ser la automática, pero no la correcta. Así que me salió: “no, ese no SOY yo, ese FUI yo”… La criatura se me quedó mirando con ojos de guasa y esbozando una sonrisa sardónica – tampoco era para menos – así que, antes de que me enviara a hacer gárgaras de potasio, me apresuré a hacerle la inevitable pregunta: “¿lo entiendes..?”, cosechando la lógica respuesta: “claro, antes eras un niño, y ahora eres un viejo”. Merecida contestación, por gili…

La chiquilla dio oportuna y correcta respuesta al “enigma de la esfinge” planteada por mí, si bien que, naturalmente, describiendo la parte exterior, según su nivel de percepción… Por supuesto que podría haberle ampliado el concepto hasta su límite de comprensión, pero la zagala se me despidió con un gesto alegre y el comentario de “estás loco, abuelo…”. Por otra parte, también reconozco que bastantes adultos tampoco entenderían mucho más.

Así que me quedé mirando el retrato un rato, intentando penetrar en un misterio que en absoluto es misterio alguno. Su “yo” de entonces no es mi “yo” de ahora, si bien sí que forma parte de mi “yo” actual. Pero no… no es el mismo, claro que no. Lo que fui no es igual que lo que soy. Somos dos seres distintos que conforman, eso sí, la misma persona, y, sin embargo, esa persona del retrato (casi ya convertido en daguerrotipo) fue una persona diferente. Las células de aquel cuerpo fueron muriendo y renovándose vertiginosamente, creciendo y envejeciendo, de forma y manera planeada y regulada por un orden y una ley, un plan, encargado de ello, así que ni siquiera somos el mismo organismo que fuimos… Lo de dentro, eso que hemos venido en llamar “ego”, o lo que sea, funciona de otra manera: es de efectos acumulativos, no renovativos, y llega hasta nuestra muerte física, o quizá más allá de ella. Eso es lo que nos han enseñado las religiones a lo largo de la historia, y eso es a lo que apunta la moderna física quántica, si bien que por diferentes caminos.

Bien pude decirle a mi nieta: “mira, en ese niño empezó a vivir el que soy ahora, igual que la gente va cambiando de casa conforme van cambiando ellos mismos”… Sin embargo, prefiero que eso lo descubra cada quién (adviertan que no digo cada cual) cuando les llegue el momento, si es que les llega. Porque esa es otra cosa: no todo el mundo se plantea estas cuestiones. Y esto no lo hago como crítica, por favor, si no como constatación de un hecho, entiéndanme… Hay quiénes se preguntan que a cuento de qué tienen ellos que plantearse a sí mismos todas estas fruslerías, en vez de aplicarse a otras cuestiones más prácticas como saber arreglar la cisterna de váter, y quizá tengan razón… o al menos, tengan sus razones. Como existen los que me incriminan el que me ocupe de semejantes bobadas y encima querer contagiarlas a otras almas pensantes. Reproche que normalmente nos llevamos los “raritos” que así pensamos y sentimos.

Sin embargo, seamos conscientes o no, los “yos” de todos los humanos se van administrando – y suministrando - a lo largo de la niñez, la juventud, la madurez, la vejez, a pequeñas dosis personales e intransferibles, como el que se toma cuatro medidas de jarabe cada seis horas por prescripción facultativa… Tus alrededores te van largando que eres guapo, o feo, torpe, listo, flaco, gordo, rebelde, sumiso, educado, borde o gilipollas; al igual que te pareces a tu padre, a tu madre, al abuelo Cristóforo o a la tía Angustias. En este gesto, ese tic, o en la forma de rascarte el culo… Y tú lo vas asumiendo, o no, incorporándolo a tu subconsciente, o rechazándolo, hasta que los sustituyes por tus propios y elaborados parámetros. Así como el resto de vivientes próximos también te van inoculando la visión que tienen de ti, lo quieras o no, lo pidas o no…

Tan es así, que ese “yo” inyectado, o proyectado, o lo que fuere, te influye en tus decisiones, y tiene, como cualquier otro aditivo o medicina, sus efectos secundarios y sus respuestas individuales a lo que se “chuta” en tu espíritu, o lo que también sea eso… De ahí las diferencias entre todos los que somos, tanto físicas, que ya lo marca la genética, como de caracteres, aunque yo, y esto es mi personal opinión, claro, creo que lo segundo influye, modela y modifica lo primero.

Y andaba yo en esas cavilaciones, cuando un whatshap interno me comunica que éste que soy es tan provisional como todos los anteriores que fui. Pero que ya no se me va a renovar el contrato de inquilinato, y que va llegando la hora de guisar el pato de último plato. Con perdón. Que, más temprano que tarde, tendré que desalojar mi último habitáculo de mí mismo (que, por cierto, ya es más culo que hábitat) y que es el último paso de todos los pasos, y el último peso de todos los pesos…

…Y entonces, no sé a cuento de qué puñetas, se me viene al magín el lugar ese que hay en las Cortes, al que llaman el “de los pasos perdidos”…En ese momento, me pregunto a mí mismo si acaso no se habrán perdido mis pasos… Cada cual se pregunte lo mismo a sí mismo… Si quiere, claro, o si aún puede.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com