MALIGNA SIMPLICIDAD

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Tengo un problema: creo que no soy español. Ni patriota, aunque esto segundo me importa menos. Es que, óiga, me considero a mí mismo antitaurino, y eso me coloca automáticamente la etiqueta de antiespañol y antipatriota, así, directamente, sin matices. Cuando una afición se protege tanto desde partidos y gobiernos que hasta la blinda con leyes absurdas en sí mismas, y figuras – BIC, por estúpido ejemplo – tan absurdas como las que se legislan en contra, pues se usa el mismo fanatismo, los que no nos identificamos con ellas, nos quedamos fuera de juego, y casi que sin identidad de nacimiento… y acogimiento.

            Así que, por curiosidad, investigo, y veo que tan español, olé, es el taurinismo que el antitaurinismo. Una tradición de 800 años que nació en su día tanto con gente a favor como con gente en contra, por lo que tan tradicional y antiguo son los toros como los antitoros, así que no me vengan con historias sobre su historia, puesto que la propia historia dice que ya Alfonso X lo recogía en sus Textos, y, sin embargo, esta corriente en contra tan antigua como la de la propia afición, se esconde y se quiere ignorar, y no reconocerla, a pesar que tiene el mismo valor histórico que su contraria.

            Juan Ignacio Codina, en su obra de referencia Pan y Toros, estudia los orígenes y deriva de la Fiesta Nacional y su “anti”, y termina definiéndolo como “la imposición de un pensamiento único taurino”. O sea, ser español es estar a favor, mantener, promover y proteger un espectáculo de crueldad manifiesta, de abuso animal, de efusión de sangre, y de muerte, y de violencia disfrazada de arte. Y si no es así, yo soy antiespañol. El español de verdad lo ha de proteger jurídicamente y elevar un espectáculo salvaje a Bien de Interés Cultural.

            Emilia Pardo Bazán, españolísima y universal, exponente de la auténtica y verdadera cultura, ya llama a la Fiesta Nacional Demencia Nacional, y aparte sus gustos y prioridades, no creo que nadie le fuera a dar lecciones de españolidad, patriotismo, y mucho menos, de cultura… Yo siempre he respetado lo de los toros, aunque también siempre he estado en contra de ellos, y no me ha gustado el fundamentalismo que muestran los extremos contrarios. Pero si ellos van a empezar a no respetar, llamándonos “antiespañoles”, “antipatriotas”, y otras cosas peores cuando no traidores, yo también empezaré a no respetarlos a ellos. Quod pro quod, que se le llama a eso.

            No es arte. Es venganza. Si la faena no culmina en muerte, no gusta. Sí, cierto, se han dado casos de indultar al toro, tras haber sido sometido a tortura, por supuesto, pero son tan excepciones que vienen a confirmar la regla. Hay que matar. Por eso se les llama a sus verdugos “mataores”. Viva la muerte, grito legionario millanaystranesco y, naturalmente, patriótico, faltaría más… Y en esas estamos. En 1.930 se legisló la asistencia a las corridas a los menores de 14 años, y así hasta el advenimiento del franquismo, para luego, en los años 90, el socialista Carmona, exponente destacado del lobby taurino, promoviera la modificación de la ley para que los menores fueran incluso “educados” en el “arte” de la sangre y de la muerte. Hoy existen las escuelas donde se enseñan a los críos a matar y a ser mataores… eso sí, con musho arte, naturanca…

            Esto es delirante, pero esas llamadas Escuelas de Tauromaquia se han instaurado desoyendo un claro y expreso mandato de la Onu a tal respecto… Y, como es costumbre, silenciándolo, ocultándolo. Porque ya se sabe que la Organización de las Naciones Unidas es profundamente antiespañola. Y que los taurinos son los auténticos patriotas de este país. Si hoy existiera la “mili”, no se pondría en la ficha de enganche lo de “valor, se le supone”, no, solo se preguntaría si nos gustan los toros…

 

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