MEA CULPA, CULPA NOSTRA.

Covid-19 frente al cambio climático - Hay Derecho

Hay cosas que me cuestan mucho trabajo entender. Y no debería ser así, porque cada vez las veo más claras, pero me asombra el cerrazón mental de dirigentes y ciudadanos ante el problema, aunque también puedo explicarme la razón: el ciego interés. Existe una… llamémosla “insistencia social”, aupada y bendecida por la política, del culpar al Coronavirus y a toda epidemia sobrevenida, al pangolín de turno, a los murciélagos, a los cerdos, o a las vacas, cuando todos los científicos del mundo, incluido nuestro propio Csic, nos están diciendo y repitiendo que el agente es lo de menos, y que todo viene de un mismo y único punto: la degradación medioambiental.

            Que la aviar, el ébola, la gripe B, la Cóvid-19, y/o las aún por salir, provienen de la crisis climática, provocada por la degradación de la atmósfera y por la contaminación de la naturaleza, lo que pasa es que se transmite por la cadena zoonótica, esto es, el origen del envenenamiento de la tierra y la atmósfera nos llega, aparte por lo que respiramos, también a través de la cadena alimentaria… No es tan difícil de entender, aunque nos sea difícil de tragar. Eso quiere decir que no existe un culpable externo a nosotros mismos, y que todos y cada uno de nosotros participamos en mayor o menor medida de esa responsabilidad. Y eso es lo que cuesta digerir, y por eso largamos la culpa a los animales. A eso se le llama echar balones fuera.

            Cuando nos confinaron a todo quisque en el estado de alarma, la contaminación de nuestros cielos y ciudades comenzó a bajar, los niveles de ozono casi que se recompusieron, y obtuvimos a cambio un medio ambiente sano y saludable como hacía tiempo que no se daba. Ahora, la vuelta a esta nueva normalidad nos ha devuelto a la vieja anormalidad. Hemos cogido nuestros coches y los hemos lanzado a la carretera con nosotros dentro, como posesos, vamos a joder toda naturaleza que pillemos, con la excusa que escapamos para disfrutar de la naturaleza, y hemos retomado nuestra fiebre de lanzar gases a la atmósfera por nuestros tubos de escape, por los que también escapa la cordura de millones. Otra vez los índices de contaminación comienzan a dispararse peligrosamente, y otra vez los plásticos re-comienzan a invadir campos y mares…

            Pero algo tan básico, claro y elemental nos negamos a verlo. Preferimos alimentar contaminaciones, virus y epidemias, a bajarnos del burro (tampoco es que podamos bajarnos de nosotros mismos). Queremos vivir en un mundo sano, pero sin cambiar nuestra suicida forma de vida. Y eso no puede ser… Naturalmente, la economía, la empresa, la propia política de estados y gobiernos, está orientada al consumo ciego, al hedonismo más miope y salvaje, a una alimentación artificial y masiva, basada en un transporte masivo y artificioso de mercados desubicados… y eso nos hace mirar para otro lado para no tener que ver la realidad. No queremos saber la verdad, preferimos vivir una mentira aunque nos lleve al abismo.

            No hace tanto, semanas atrás, el Tribunal Supremo obligó, otra vez más, y ya van… ¿cuántas?.. a las Comunidades, a elaborar planes anticontaminación. Se están saltando a la torera por sistema (solo cuando la boina del veneno es visualmente ostentosa) todas las medidas contra la destrucción del ozono. Y si han vuelto a pronunciarse los Juzgados, es porque los pírricos ecologistas de Castilla-León la han denunciado por dejadez y omisión, y el órgano judicial lo ha hecho extensivo como aviso al resto, porque sabe que nadie lo cumple. Luego, pasan meses, años, antes del fallo, e incluso después del mismo, y se vuelve, y se sigue, contaminando. Y es que existen leyes, pero no existen voluntades. Por parte de nadie.

            Ni por parte de gobernantes, ni de gobernados. Los primeros han de actuar por presión de los segundos, y los segundos no quieren ser presionados, ni sancionados, por los primeros, así que… Nos quejamos por los desastrosos efectos del cambio climático, pero no por las causas que producen esos efectos. Quíteme el charco, pero no me hable de los motivos. Usted solucióneme lo de la gotera, pero no me prohíba seguir escupiendo p´arriba…

            Así estamos funcionando. Todos. Si es lo que queremos, y somos conscientes de ello, pues adelante. Admitámoslo y sigamos corriendo hacia el precipicio, como las ratas tras el flautista. Pero me dan náuseas cuando oigo quejíos y lamentos por unas consecuencias que nos afanamos en buscar como auténticos imbéciles…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo