MIRO ATRÁS Y ME MAREO

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Las Ejecutivas de la COEC eran efectivas como ellas solas, así como la Permanente, sin embargo las Directivas eran movidas, a la vez que tediosas, y muy a menudo derivaban en tensiones y verdaderas luchas y problemas internos. No así las Asambleas Generales, plácidas y espléndidas, trufadas de fotos y políticos ad hoc… Las Asociaciones, Comisiones y demás “ones” solían ser problemáticas y antipáticas por naturaleza. En la CROEM, la Directiva era etérea, ecléctica, todo guay. Las de Autónomos regionales, aún ostentando presidencia, llenas de desconfianzas y aprensiones. No digo nada de las Generales de la CEOE, en Madrid, a las que, afortunadamente, Santo Tomás me asistió a una, y no más…

 

            Las del Patronato de Cultura municipal eran entretenidas y floridas, asequibles, casi afables por amables. Las de la Rectora de IFEPA, tensas, eléctricas, pasionales, y de uñas murcianas casi siempre... Las gremiales locales, estrechas, incómodas, casi mezquinas en sus intereses. Las de representación empresarial con Sindicatos u otras Organizaciones, desconfiadas, plomizas y enfermizas. Las de… pues había más, y yo era miembro de todas y cada una de ellas. Desde la vocalía a la presidencia pasando por todo el surtido intermedio, con cargo y puesto pero sin sueldo. Hace dos o tres lustros que yo figuraba en todos esos foros. Sin contar Congresos, Ponencias y otros Peloponesos… Y no hablo aquí de Cáritas o el Juzgado de Paz, ni otros casos que son otras cosas… Y no me pregunten cómo lo hacía…

 

            Pero eso era mi vida, que, como Santa Teresa, vivía sin vivir en mí, pues yo era forastero de mí mismo. Y para mí mismo foráneo. Y en mí mismo. Hasta que hace ocho años frené en seco, y me apeé de todo. O de casi todo, a decir verdad. Y no me tiré del tren en marcha porque me hubiera descalabrado por dentro… Aún y así, casi me supuso un shock en mi nueva existencia. Pero miren, empecé a tratarme a mí mismo, pues resulta que sí, me conocían, pero yo no me conocía. Y, aunque sabía quién era, no sabía qué puñetas era… Bueno, sí, un tonto útil, naturalmente. Y ese es el retrato que me quedó colgando de la pared del alma.

 

            Ahora, resulta que, con el paso del tiempo, no sé mirarme a ese retrato sin ver en retrospectiva todo lo que les he contado en la primera mitad de este artículo de hoy. Me he prodigado tanto (quizá no debiera haberlo hecho, no sé…) que no puedo situarme en el presente sin consultar lo que fue mi pasado. Y me pregunto si todas esas asambleas, juntas y gestoras, todos esos puestos y presidencias, seguirán siendo ahora como eran ayer, o habrán cambiado algo, o en algo… Por supuesto, sé muy bien que mis apreciaciones son – siempre lo serán – subjetivas, y que el poso que dejaron en mí no necesariamente lo habrá dejado igual en los que vivieron conmigo todo aquello. No. No tiene por qué ser así…

 

            Yo solo hablo por mí. Y a veces solo para mí. Aunque, aparentemente, lo comparta con todos ustedes que me leen… Pero no puedo evitar preguntarme si todo ese vértigo habrá servido de algo, tal es el vacío que siento. Ya sé que siempre habrá alguien, querido y bienintencionado, que me conteste que sí, que a mucho les sirvió para mucho, por la causa y motivo que sea, que en eso ni entro ni quiero entrar tampoco… Vale, bueno, puede ser, pero, ¿me ha servido a mí?.. ¿en serio?.. ¿de verdad?.. Mantengo mis muchas dudas. Y las dudas no son otra cosa que deudas. Deudas con uno mismo. Pero sobretodo con los que me suplieron para yo poder regalarme a otros. Y ahí ya no hay dudas, ahí solo hay deudas…

 

            A los que me suelen seguir, puede que esta columna breve de hoy les extrañe un poco… o quizá no, si me conocen. Pero tómenla como una especie de catarsis, como un exorcismo, o como el conjuro de una mediocre queimada. Y sean benevolentes con ella, pues no tiene otro objetivo que tratar de encontrarme a mí mismo, de hacer una especie de rebobinado con que tomar impulso para andar el ya tramo final de la existencia. Lo que queda ya no es nada. De hecho, es tan poco que, si me fallan los políticos en su suministro continuo de falsedades, sinvergonzonerías y payasadas, me voy a repetir tanto que muy bien puedo convertirme en un eructo de ajo… Confío, y espero, que me aviséis antes de que eso ocurra.- Muchas gracias.

           

 

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