MISTERIOS INEXPLICABLES
- Por miguel-galindo
- El 27/09/2021
En mi larga etapa de exclusión coronavírica, tuve la santa barra de releerme (tras muchas décadas de haberlo hecho por primera vez) el Córpus Herméticum, y otros textos apócrifos, atribuidos a Hermes Trimegistro, seleccionado y versionado por Walter Scott… Y digo lo de atribuidos, porque, en textos tan antiguos, los autores bien pudieron ser traductores, copistas, seguidores, o una mezcla de todos ellos. Pasa lo mismo con los textos bíblicos cuando se habla del Libro de Enoc, o el de Daniel, o los propios Evangelios… Curiosamente, las primeras compilaciones de estos tratados de sabiduría egipcia, si bien escritos en griego, como casi todos, aparecieron en los 2/3 primeros siglos de nuestra era, casualmente como los de nuestros evangelistas, también escritos en griego, por supuesto…
El Libro I, el conocido por el de Poimandrés, es una enseñanza supuestamente recibida por Hermes, no transmitida por él, como es el resto de los Libros, y casi todo él son transcripciones cuasi exactas a nuestro Libro del Génesis… O el judío viene de la cultura egipcia (pues la odisea de Moisés se cuenta también en el Poimandrés), o ambas fuentes aparecieron a la vez – cosa difícil de creer – o más bien creo que el periplo de las enseñanzas fueron Egipto/Grecia/Palestina/Roma, y que nuestros textos religiosos son herederos de los suyos. Sobre todo, los más antiguos y arcaicos, que es de donde nace todo… Caprichos (lógicos) de la Historia.
Los siguientes Libros están dedicados por el propio Hermes a Asclepio, que bien puede ser el médico griego Apuleyo, o Esculapio, así como también a su hijo, Tat, y, por extensión, a un tal Amón, que tuvo que ser un personaje cercano a la familia real egipcia, si bien a éste último las enseñanzas le eran filtradas, “pues las dosis de sabiduría hay que darlas sin que sean manchadas y rechazadas por la ignorancia del hombre”… Los libros son una teogonía completa en la que se discierne entre el Dios Uno, la unidad, toda una jerarquía de semidioses (la Mente, el Cosmos, etc.); los más cercanos y domésticos, los Daimones, ángeles de variada tendencia, donde hasta los malos cumplen el cometido supremo asignado por el “Nomber One”, hasta llegar a los hombres, la joya de la corona, el ser que reúne materia y espíritu (o alma, para Hermes) en una entidad única, así como su creación, y su puesto y destino en el… llamémosle Proyecto.
En el Libro XII, dice Hermes que “los dioses son hombres inmortales, y los hombres son dioses mortales”. Amárreme usted esa mosca por el rabo y píntemela de verde, amigo mío… También la teosofía es tratada en profundidad. Se nota la influencia de la doctrina platónica y de los clásicos griegos, pero, ya digo, no sabemos desde la cercanía, en tiempo y geografía, quiénes pudieron copiar a quiénes…
Mas, en realidad, no es de eso de lo que quiero hablar. Lo que en verdad acojona (a mí, al menos) es que en sus textos aparezcan nociones de la Teoría de la Relatividad, de Einstein: “la materia es receptora de todas las formas, y los cambios y sucesiones continuas de las formas son forjados por medio del espíritu”, (cambie “espíritu” por “energía” y ahí lo tiene); o más adelante, en Asclepio III: “pero en realidad, la materia en sí es siempre visible, pues la sustancia de cualquier cosa, hasta donde la cosa es realmente existente, consiste enteramente en los contornos visibles que se hallan presentes en las cosas”. Puro principio de física.
Pero si de algo está plagado, y esto resulta apabullante, es de alusiones a la entropía (física quántica), al movimiento entrópico del universo. En Poimandrés se dice: “…volviéndose partes del universo, y entrando en nuevas combinaciones para hacer otros trabajos”; o en el Libro III: “y la naturaleza es una fuerza por medio de la cual trabaja la energía”; u otra más: “la naturaleza opera en sometimiento a la necesidad, y su trabajo es la extinción y renovación de las cosas”… O más adelante, en el Discurso de la Mente a Hermes: “la esencia del tiempo es el cambio”; o en el Libro XII: “la disolución no es la muerte… la disolución no es para perecer, si no para ser hechas cosas nuevas”… Todo basado en la ley de la Física que dice que la energía no tiene ni principio ni fin si no que solo se transforma…
Y esto es, en definitiva, lo que no deja de sorprenderme. Que escritos de hace miles de años puedan contener principios universales que la ciencia más actual y moderna apenas nos está comenzando a desvelar. Todo lo citado – y mucho más – es un puro tratado de Física desde el conocimiento de una fé desnuda, primordial y arcaica. Antigua como la existencia misma del ser humano sobre la tierra. Conocimientos científicos que, en lo más arcano del hombre, fueron doctrinas… “Como es arriba, también es abajo”, es la frase culmen más conocida y pública de Hermes. Y yo termino el presente como acaba el poema de Rafael Flores Nieto: El Piyayo, “A chufla lo toma la gente, pero a mí me causa un respeto imponente”…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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