MONOSABIOS

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Cuando, en alguno de mis “artículos mayores”, de los semanales, publicados en este mismo periódico, toco algo sobre temas de evolución humana o cosicas parecidas – a mí, al menos, me gustan más, porque casi siempre enseñan más – no faltan nunca los que me dicen que mezclo churras con merinas, porque los seres humanos, las personas, somos algo así como cosa aparte, como que estamos por encima, o en la cima, de lo demás, que somos la guinda…

            Craso error. Estamos desliados de las mismas migas que el último piojo, nos guste o no nos guste. La masa original se echó a la sartén hace 13.500 millones de años, donde energía, materia (energía condensada), tiempo de cocción, y espacio donde guisarse, se puso sobre el fogón original de la cocina original. A esto lo llamamos Física. Unos 300.000 años más tarde, ese follón empezó a formarse y aglutinarse en átomos, que después se conformaron en estructuras más complejas, moléculas, y comenzaron a interactuar entre ellas. A eso lo conocemos por Química.

            Después, hace cosa de 3.800 millones de años, esas jodidas moléculas “decidieron” embarcarse en la construcción de gigantescas estructuras de materia, como nuestro propio planeta, aun siendo una de las más minúsculas, con todos sus organismos vivos poblándola. A esto lo bautizamos como Biología. Y hace apenas 70.000 puñeteros años, esos organismos que hicieron al ser humano entre otros, todavía formaron estructuras asociadas aún más complejas: las sociedades, las culturas… Y a esto lo llamamos Historia.

            O sea, si nos damos cuenta, el ser humano no es más que el último garbanzo del primitivo potaje. Y sí, deberíamos sentirnos honrados de ser un garbanzo pensante, vale, de acuerdo, pero nunca, jamás, envaneciéndonos de ello. Si manipulamos hasta degradarlos y destruir al resto de los garbanzos, malograremos el potaje y nos malograremos a nosotros mismos, dado que somos tan garbanzos primordiales como los demás, y formamos parte del mismo guisado.

            Hace seis millones de años, en África, una señora simio, digamos simia por la feminista guerra de géneros, tuvo dos hijas. De una, descienden todos los chimpancés de todas las clases que conocemos. Y de la otra… bueno, la otra es nuestra abuela. De la otra mona descendemos todos los homos sapiens que han sido y que aún somos…

            Que esos nietos de monos hayamos recibido el obsequio de la capacidad de pensar y sacar conclusiones, no quiere decir que siempre usemos bien esa facultad racional. Muchas veces no pensamos en absoluto, y otras lo hacemos bastante mal. Lo hacemos torcido. Lo que pasa es que las pocas veces que atinamos damos un salto evolutivo espectacular, así que imaginemos si la mayoría de las veces lo hiciéramos correctamente… Solo hay que ver, por ejemplo, el caldo de los programas de televisión que hemos extraído de nuestros propios jugos, y en el que nos freímos a fuego lento. Su calidad y enjundia. Tenemos primos primates bastante más inteligentes que nosotros.

            Así que, al menos, retengamos la suficiente inteligencia como para saber reconocer que no somos más ni estamos por encima de nada ni de nadie. Somos y estamos en la misma sopa. Y con conservarla y no echarla a perder deberíamos tener bastante. Con eso sería suficiente…