NATURALMENTE...

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Nos hemos hecho demasiado dependientes, y, por lo tanto, débiles. Semanas atrás se nos murió un frigorífico que nos acompañó sus buenos treinta años. Hoy, veremos a ver si aguanta el nuevo a que nos muramos nosotros, que nos queda bastante menos… Quizá que no, que tengamos que asistir a otro entierro de frigorífico antes que al nuestro, con todos sus quebrantos, molestias y espantos…

            Y lo del espanto no lo pongo por rimar, que no. Lo escribo porque nos espantamos cuando algún cacharro se nos muere. En este caso por lo del congelador, que, de pronto, se nos convierte ante nuestras narices (por el olor) en lo que realmente es: materia orgánica caducada, o sea, putrefacta, conservada por el jodido frio… O el agua, que se calienta y nos joroba como un drama – no caemos en que se nos puede escoñar también el artilugio del grifo y no tener ni agua – o que si el cazo de sopa sobrante, que si el embutido flotante… Un drama, una catástrofe de proporciones bíblicodomésticas, un tsunami, de proporciones ridículas en realidad, pero que hace naufragar nuestro Titánic de juguete.

            Esa noche me dio por recordar que el grifo de ese mismo agua estaba a varias calles de mi casa, en una fuente pública, y la tecnología punto residía en un par de damajuanas y un buen carretón con dos agujeros para su transporte. Cientos de miles de años que se inventó la rueda, y aún nos quitaba la sed de las tripas y la roña del cuerpo hace apenas medio siglo… Una vez llevado el suministro necesario a brazos para la familia, allí no la esperaba más frigorífico que la parte más fresca y recóndita de la casa. En invierno se enfriaba sola, y en verano se calentaba igual de sola. A su temperatura natural. Hoy no soportamos lo natural, porque lo almacenamos todo al detall.

            ¿Para qué, si no, los frigoríficos?.. Si no se hubieran inventado, aún tendríamos que comprar los productos frescos del día al día, y los estrictamente necesarios para su consumo inmediato. Ni un ápice más. Así, nos atiborramos en la cadena de nuestra preferencia de productos tratados y envasados para ser archivados… en los frigoríficos, claro. Ahora no vamos a desenterrar al cabrero y a sus cabras, repartiendo leche por las casas y cagarrutas por las calles, naturalmente… Directamente del animal productor al animal consumidor. Eso era insano (afirman) y poco natural (¿?) tío Pascual (por la marca de leche).

            Lo natural, y lo sano, es que la leche venga debidamente manipulada, tratada, desnatada, liofilizada, tunneada y emblistada de una factoría donde se recoge, o así se jura en los anuncios, la leche de las vacas de los verdes prados donde alegremente son ordeñadas al son de la muñeira. Como debe ser y siempre fue. Natural como la vida misma y sano, requetesano como el queso artesano. Usted se la trae empaquetada… y al frigorífico con ella. Y así todo alimento naturalmente natural…

            …Porque, el caso verdadero y real, es que si se le defunciona el frigorífico, la cadena alimentaria entera se la vá a tomar por el saco… de la basura, en un amenjesús. Pero eso no tiene en sí mismo la menor importancia. Compra otro, lo llena hasta los topes, y la conciencia de la supervivencia se queda tranquila y en paz… Todo tiene una solución… natural. Lo malo será cuando se joda el satélite del que dependemos, y nos quedemos sin luz, sin teléfono, sin Tablet, ni ordenata, ni comunicaciones… y tengamos que volver a la naturaleza más natural de las cosas. Nos moriremos de angustia, de ansiedad y de incapacidad. Y sin frigorífico que acoja nuestros restos… ¡¡ cagonlamarsalá..!!

             

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