NO SOMOS CUERPOS
- Por miguel-galindo
- El 07/04/2024
(de Área Humana)
Cuidar el cuerpo no es vivir para el cuerpo. Como tampoco se trata de vivir del cuerpo, sino con el cuerpo, en el cuerpo… Los términos suelen confundirse entre ellos y acabar por confundirnos a nosotros. O quizá sea al contrario: que los confundimos adrede porque hemos construído una cultura hedonista y narcisista del cuerpo humano. A poco que lo pensemos, si miramos a nuestro alrededor, vemos que hemos hecho un mundo de poses, donde manda el selfie y la autosatisfacción, en una concepción existencial de “espejo, espejito mágico…”
Y es un tremendo error, pues el cuerpo es un medio, pero nunca un fin. Hemos pasado – o estamos pasando – de mantener sano el cuerpo, a mantenerlo jóven, guapo, bonito y atractivo; lo primero es nuestro deber para con ese cuerpo, que, al fín y al cabo, es un vehículo que nos sirve para llevar a cabo nuestra experiencia de vida; pero lo segundo es absolutamente superfluo… Estamos poniendo la belleza en el exterior, cuando habríamos de cultivarla en nuestro interior, y eso es porque anteponemos la estética y la estática a la ética. Esto es una enorme equivocación en nuestra escala de valores que la propia ley de Causa-Efecto se encargará de corregir en nuestro más inmediato futuro. Lo peor de todo es que tampoco sepamos aprender de las consecuencias.
En el fondo de todo, la lectura que se deduce de ello es nuestro miedo a la muerte. Creemos (o queremos creer) que manteniendo el cuerpo jóven y espléndido no moriremos, y aquí tropezamos en un doble y errado sentido: en que nosotros no somos nuestro cuerpo; y que lo que “muere” es precisamente ese cuerpo, no nosotros… En realidad, el cuerpo muere a cada instante de nuestra vida en contínua renovación y, a la vez, decadencia: el que tuvimos al nacer no es el de la infancia; ni éste el de la juventud; ni ese el de la madurez; ni tampoco el de nuestra senectud. Se parecen unos a otros por el factor genético, pero no son los mismos, que cambian (mueren) a cada instante.
La existencia real viene de la eternidad y se prolonga en y hacia esa misma eternidad; y el cuerpo, o los cuerpos, son meras vestiduras físicas temporales que usamos durante cortos espacios de tiempo intermitente dentro de lo infinito… Voy a ponerles un ejemplo que puede resultarles incómodo, triste, quizá violento: Un chiquillo, un niño, un crío, que muere, y que tanto nos impacta su pronta muerte, lo único que hace es prescindir de su vehículo un tiempo antes de lo que a nosotros nos parece que debería ser, para seguir viviendo sin él su verdadera, genuína y auténtica existencia evolutiva. Para nosotros será todo lo doloroso que creamos, vale, de acuerdo, pero nuestra querencias y creencias son trascendidas por una realidad superior que es la que realmente cuenta. Y es que aquí estamos para experimentar nuestra evolución, no para “lucir body”…
Les podría recomendar muchos libros, y muchas lecturas, y muchos ensayos de reconocidos filósofos, científicos e investigadores; o los podría contactar con algunas personas hermanas que tienen conciencia y consciencia de este estado de cosas, pero no lo voy a hacer por la sencilla razón de que no encuentra el que se le pone en bandeja, sino el que se pone a sí mismo en situación de búsqueda… Es éste un principio universal recogido en un antíguo y muy sabio aforismo que a lo mejor ustedes conocen: “el maestro solo aparece cuando está dispuesto el alumno”.
Pero sí que voy a ponerles delante de las narices una perla de Teilhard du Chardín, jesuita, filósofo, teólogo, antropólogo y unas cuantas cosas más; famoso en el pasado siglo por sus libros, estudios y aportaciones al campo espiritual y científico de conocimientos: “No somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual; somos seres espirituales que tienen una experiencia humana”.
Yo tan solo me voy a permitir aconsejarles que relean tan corta máxima tantas veces les haga falta hasta, si ello fuera posible, grabarla en el subsconsciente… Sé que es un atrevimiento por mi parte el pensar que la van a hacer suya, pero me siento en la obligación moral de intentarlo compartiéndolo con ustedes. A partir de aquí ya no es cosa mía. El punto de evolución personal de cada cual hará el resto en cada caso.
Pero nuestros cuerpos son tremendamente temporales. Los que los animamos somos eternos… ergo los fines de ambos son distintos; la expectativas de cada uno son diferentes. Somos seres espirituales en eterna evolución que utilizamos la materia en nuestra inicial experiencia, pero que llegamos a confundirla con nosotros mismos. Tan solo la usamos, nada más… En el momento en que la energía espiritual toma posesión de la materia, la anima (de ahí lo del concepto ánima: alma), mas no deja de ser un tomado a préstamo. Luego, la materia vuelve a su ciclo físico, que es la segunda ley de la termodinámica, por cierto, y nosotros seguimos a lo nuestro.
Por eso que rendir culto al cuerpo al extremo en que lo hacemos es un tipo de autoidolatría como el que profesamos a las imágenes. De hecho es la misma cosa: adorar nuestra propia imagen. Adoramos a Dios a través de cáscaras vacías de Cristos, Vírgenes y Santos; y nos adoramos a nosotros mismos a través de nuestra propia imagen; cuando, contrariamente a ello, Dios y todos y cada uno de nosotros somos lo mismo… Lo del “estar hechos a su propia imagen y semejanza” no es otra cosa que adorar nuestro cuerpo transfiriéndoselo a nuestro diós en imagen y sacarlo en procesión.
Ahora, con esta última frase, ya pueden llamarme blasfemo, si así se sienten mejor; o “accionista del anticristo” como también algunos y algunas ya me llaman… No se preocupen. No me ofenden. Al final será lo que tenga que ser.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com