OFICIOS

 

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¿Cuántos oficios se han perdido en menos de un siglo?.. Muchos, muchísimos: cesteros, silleros, lazarillos, cigarreras, cuchilleros, castañeras, mieleros, carboneros, chambileros… que vendían helados en carrillos por las calles, afiladores, paragüeros (alguna rara avis queda de todos estos), limpiabotas, deshollinadores, traperos, aguadores, lecheros… y un sinfín de ganapanes de calle que se solucionaban su vida haciéndonosla más cómoda a los demás. Son oficios de posguerra y/o de postsiglo, algunos ya en fase de clara e inevitable extinción.

            Los limpiabotas y los barberos, éstos últimos reciclados en peluqueros estheticiens para ver de alargar su ciclo una vez abandonado el plus de sacamuelas y vaciaforúnculos, siempre fueron los más sentenciosos y conservadores de la sabiduría popular. Caro Baroja los calificaba de neofilósofos. Como aquel “limpia” que asistía, cepillo va, cepillo viene, a una discusión sobre el mal carácter de doña Concha Piquer, y, sin dejar de sacar brillo, dejó caer “dezengáñeze uztede… sin mala leshe no hay arte que varga”. Indicando que el arte necesita del carácter.

            Algunos barberos filofilósofos he conocido yo, sí señor… De los que sabían de todos los temas y en todo intervenían con la finura de no imponer su opinión. Figuras de una época, si bien que reciente. De uno granadino escribió Andrés Trapiello, que recibía a los parroquianos con una pregunta: ¿lectura o conversación?.. si era lo primero, le ofrecía la prensa del día, y él se sumía en el más respetuoso y reverencial mutismo. Pero si el cliente optaba por la segunda opción, le enjaretaba una segunda y necesaria pregunta: ¿a favor, o en contra?..

            Hay un tipo de clase política en este país que empieza a actuar como los barberos, y es que, antes de tomarnos el pelo, antes incluso de que les elijamos como nuestros peluqueros, en cierta forma nos están preguntando qué es lo que queremos oír, de modo que, antes de pasarnos el cepillo de la urna, nos han dicho y prometido todo aquello que deseábamos escuchar. Es su modo de conseguir nuestro voto, ganarse nuestra confianza y su sueldo, y asegurarse una parroquia por un tiempo. Si alguna vez los despedimos de políticos, serán unos buenos barberos, no lo duden ustedes…

            Nuestra democracia es como una barbería-casino de las de antes...

  • ¿Señor?..
  • No… mire, prefiero esperar a que termine Mariano, para que me afeite él, y me dé la conversación que él sabe que a mí me gusta…
  • ¡Ah!, perfecto, a su gusto, señor… 

En las barberías chics de la época, los oficiales estaban especializados en peinología y conversaduría, y tenían sus clientes habituales. El maestro conocía su parroquia y destinaba a sus oficiales a cada cual. Servicio personalizado. Como debía ser…. Solo hay una pega: a aquellos barberos jamás se les ocurriría hacer política. Nunca. Y hoy, casi todos los políticos no pasan de ser unos simpes (e indignos) rapabarbas.