OÍDOAL PARCHE

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El pasado domingo, en Valladolid, mientras se celebraba una boda “por la Iglesia” en una ídem, en pleno ritual, entró un individuo árabe visiblemente trastornado, tiró al suelo cuanto había sobre la mesa del altar, y, volviéndose al público, gritaba desaforado lo de “Alá es grande”. El lunes, en el quiosco donde compro el periódico, ya todos los árabes eran unos indeseables y peligrosos moros perseguidores de cristianos.

            Días antes, un paisano compatriota había matado a su hijo bebé y amenazado a su esposa, que escapó por pelos, pero no oí que todos los españoles fuesen unos asesinos. Eso es xenofobia. No es que seamos xenófobos personalmente, pero lo somos socialmente. Un blanquito atraca un establecimiento, y el fulano es un ladrón, lo hace un oscurito y todos los oscuritos son unos ladrones.

            Pero en esto, se da una circunstancia curiosa a la vez que peligrosa, no sé si se habrán dado cuenta. Y es que, mientras el general del paisanaje no se corta a la hora de acusar a moros y sudámers, por mal ejemplo, de todo lo malo que sucede, o aún no haya sucedido pero pueda suceder… que sucederá, nuestras fuerzas de seguridad y orden público se la cogen (la porra, la pistola, el arma) con papel de fumar a la hora de intervenir con un extranjero. Mientras los aborígenes puros culpamos de todo delito a los que visten pellejo ajeno, nuestros policemans actúan como chiquitos de la calzada porque temen como a la peste que los tachen de racistas cuando se trata de sentarles la mano encima.

            Y esto, que parece una incongruencia, es una realidad que hace retroalimentarse ambas situaciones. La actitud de rechazo social generalizado hace actuar a la policía con más prudencia quizá de lo habitual, y la excesiva contemporización de la fuerza pública con el personal inmigrante-delincuente provoca la reacción contraria en la población autóctona exacerbando ese mismo rechazo. Esta especie de bucle la vengo observando desde hace tiempo. Y lo único que se consigue es dar carta de naturaleza a un problema en vez de resolverlo. Y enquistarse hasta hacerse endémico. Hoy resulta un tanto cómodo el laissez fair, pero será una fuente de problemas futuro… Seguro. 

            Por supuesto, queda claro que no estoy hablando del trágico problema del terrorismo, aunque el general del personal tratemos, un tanto burdamente, de relacionarlo mezclando churras con merinas… No. Estoy hablando de lo habitual y corriente. Del choriceo, de la delincuencia de baja intensidad, del incívico comportamiento en la vía pública, de la cada vez más común banda juvenil y gamberros provocadores, también cada vez más dentro de sus propias etnias, es normal y lógico que así suceda…

            Eso es lo que altera la convivencia e incita la desconfianza. Y asusta. Y puede acabar por conformar un hábitat un tanto irrespirable. Que un “moro” reviente una ceremonia religiosa no quiere decir que todos los moros sean unos “revientamisas” por el mero hecho de ser mahometanos. Pero sí que se podría haber evitado que ese árabe concreto tuviera la oportunidad de sembrar el rechazo social a los de su propia raza. Y evitando eso, se evita la escalada justificativa.

            Igual no he sabido explicar las razones de este articulillo de hoy. Pero hay que decirlo, y denunciarlo, y advertirlo… Antes de que un don Adolfo se monte otra noche de los cristales rotos