OPVSICIONES
- Por miguel-galindo
- El 09/08/2019
Siempre he defendido las pruebas de selectividad, o las malditas por vituperadas oposiciones, como un mal menor, necesario en nuestros sistemas de estudios para poder acceder al deseado puesto de trabajo oficial. No hay más remedio. Nuestra pésima manera de prever las cosas hace que exista una demanda exagerada para una exigua oferta, y eso obliga a establecer cribas que pueden parecer hasta inhumanas. Todos nuestros hijos y nietos tienen el derecho (yo no tuve ninguno) a elegir lo que quieren ser, cierto, pero ningún sistema social tiene la obligación de proveer hasta la última demanda. Y es que, una cosa es lo que le gusta a uno, y otra muy distinta poder vivir de lo que a uno le gusta…
Y aquí viene el problema. A la hora de comprobar en nuestras carnes que existen mil puestos de trabajo para cien mil aspirantes. Y que hay que dejar fuera a noventa y nueve mil personas, muchas de ellas, sin duda, sobradamente preparadas y con méritos más que suficientes como para lograrlo. Otros países tienen otros sistemas de ir adaptando los flujos del mercado de trabajo público, puesto que el Estado controla la oferta y puede influir en la demanda, aunque, al final, si bien que menos traumáticos que el nuestro, también tengan que optar por opositar. En España, por su naturaleza desproporcionada, cada oposición está plagada de dramas, descontentos, protestas, reclamaciones, impugnaciones y, demasiadas veces, injusticias. Algo se está haciendo rematadamente mal.
Así que tras escuchar tantas versiones de hechos puntuales e interpretaciones de prójimos próximos durante tantos y tantos años, al final uno hace una aproximación al problema, a través de examinar un caso real del hijo real de un amigo no menos real, y entonces se topa uno con que estas disparatadas pruebas de irremediables consecuencias también vienen malamente sazonadas por los modos, las formas, las maneras, que dejan al personal abocado a una sensación de inevitable, y no sé si justa, impotencia.
Imagínense un chaval, ya no tan chaval quizá, que después de haber pasado esa gran y enorme, y monstruosa por sus desproporcionadas proporciones, criba inicial del primer ejercicio con una muy buena nota, tan buena que supera sobradamente la del corte, lo cual le inyecta ánimos e ilusiones, y esperanzas, para afrontar la siguiente prueba (hablo concretamente de las recientes para el cuerpo de maestros especialidad educación infantil) es citado a las 8 de la mañana para examinarse a las 4 de la tarde – ocho horas de plena canícula murciana de calle en mes juliano -, a fin de prepararle cuerpo e intelecto a fuego lento y en competitivas condiciones. Sigan imaginando que hace el primer ejercicio, bien, hace el segundo, también bien, logra una nota de corte bastante buena, tanto, que incluso un componente del tribunal le dice las palabras más mágicas del mundo mundial en tales circunstancias: “vete tranquilo”…
Supongan también, una vez ya puestos, y aunque esto no sea una suposición sino una realidad muy real, que de los cinco días que hubo exámenes, a cinco opositores por día, suspenden a un total de cinco opositores… Pero, no se me distraigan, please, se cargan a uno por día, menos el último día en que, se supone que como traca final y fin de fiestas, se cepillan a cuatro, dejando a uno solo. Y algunos por una sola y jodida décima. Yo no digo que exista ilegalidad (que tampoco lo sé) pero mala leche, sí que parece existir una poca. Al menos no se pueden eliminar las dudas que, legítimamente, pueden surgir ante los criterios de un tribunal para que, en un examen oral, suspendan a cuatro de los cinco, y a uno del resto en los anteriores días. Capricho, broma, o los hados del destino… A César le advirtieron que se cuidara de los Idus de Marzo, y a estos jóvenes deberían haberles avisado sobres las Opus de Julio…
No son todos, ni mucho menos, pero algunos bastantes se tiran años preparándose para poder optar a trabajar, que ni siquiera para trabajar, sino, ojo, para poder trabajar, que no es lo mismo una seguridad que una opción. O sea, para que los vayan llamando unas semanas, unos pocos meses al año, poco a poco, para conseguirse unos méritos, con los que poder hacer puntos, que les vayan permitiendo algunas posibilidades más en las siguientes oposiciones… Y así poder cerrar el círculo con que aspirar a abrir otro con mayor perspectiva, ya me entienden…
Y opino, si se me permite opinar, claro, que si no a esos todos, sí que a estos pocos algunos, quizá que bastantes, se les debería tratar con una mayor dignidad y un mínimo de respeto. No el “ya le mandaremos un e.mail”, como despacharon al chico de la historia presente. Aunque solo sea porque se les condena a la pena de dos años más de espera para que, de nuevo, sean metidos en el carrusel del triaje, y para que, a los supervivientes que, por suerte o porque se han matado a estudiar, vuelvan a ser tratados – maltratados quiero decir – de esta manera. Deben existir, estoy seguro de ello, fórmulas y/o sistemas que eviten todas estas malas tripas que saltan en cada convocatoria y dejan un rastro que apesta. Porque, después de que pasan estas pruebas, estos tragos, o estos trasgos, más que oposiciones parecen deposiciones. De verdad.
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