PAPAANATAS CON PATATAS
- Por miguel-galindo
- El 23/10/2019
Hubo una época lejana en la que se decía que la realidad imitaba al arte, ya que también hubo una época anterior en que el arte se esforzaba por plasmar la realidad lo más fielmente posible. Se llamaba, lo llamaban, realismo. Luego vinieron otras muchas tendencias, y los artistas empezaron a interpretar, más que a retratar, esa misma realidad, y entonces, es cuando, quizá que por parte de la mimética – no lo sé muy bien – pero se constituye el tiempo en que empezó a extenderse esa definición tan intelectual de que la realidad imita al arte…
…Porque yo creo que ya no la imita. Hemos devenido en decadencia. Ahora yo creo que la realidad imita a la televisión. Pero no a la Tv como ente genérico (que puede que también), si no a lo esperpéntico, a los peores y más deplorables programas de la televisión, que la cosa ya es preocupante. Pero este triste fenómeno tiene una explicación, hasta cierto punto lógica, y es que hoy todos miramos la vida a través de la televisión. Piénsenlo con detenimiento. No solo miramos, es que también consentimos, e incluso imitamos… Si el evento, el sujeto o la sujeta, la cosa o el caso, no pasa por el péndulo hipnótico de la tele, no existe. No nos damos por enterados. Miren esos programas donde preguntan por un fulano o fulana que ocupa un cargo político o política de alta responsabilidad representativa, y nadie los conoce, o no saben cómo se llaman, o los confunden con los Reyes Católicos. Si han pasado por el Hormiguero, todo cambia, y el personal los sitúa a la perfección…
Es nuestra degradante dependencia. Y eso se utiliza. Y se usa y abusa de ello. Hasta la saciedad y la suciedad. Que tengamos que tragarnos – como ejemplo concreto – los fallos del juicio a los del “prousés” con todos los disturbios ocasionados en Cataluña por los mismos, durante semanas en mañana, mediodía, tarde y noche, me parece cansino, abusivo y depredador. Como mínimo hay en esto un par de cosas que me asquean. Una, que parece se quiere conseguir una repulsa y odio visceral hacia los catalanes por el resto de la ciudadanía de este país, y eso solo puede redundar a la larga en un rechazo potencial igual en sentido contrario, lo cual es hacerles el juego a los soberanistas. Y la otra, es que con tanto repetir, y repetir, y repetir, y volver a repetir, hechos y escenas (algunos, incluso burdamente manipulados), es darles a los mismos una publicidad gratuíta y una atención innecesaria e inmerecida. Estas cosas hay que informarlas y olvidarlas. Punto pelota. No ignorarlas, pero sin obsesión y en su justa medida.
Pero es que lo mismo pasa con cualquier crimen o noticia que salta el nivel de lo mediático. O con cualquier ocurrencia o metedura de pata política, y de esto abunda como la misma eme. Desgraciadas declaraciones hay a cientos, fruto de la memez y mediocridad de nuestros políticos, tal es su (y nuestro) nivel… Y los (y nos) encontramos representados en Gran Hermano, o en el cutrerío vacío de La que se Avecina, o convertidos en personajes de Aquí no hay quién viva… Es la encarnación misma de los que nos gobiernan y de los que somos gobernados, tan baja es la calidad de nuestra televisión y de nuestra realidad… O quizá por eso mismo, porque si nuestra realidad es de baja calidad, nuestra televisión sea lo mismo…
Aquí no puede haber arte, como decía al principio de este corto artículo. Ni la realidad imita al arte, ni puede hacerse arte con esta realidad nuestra, ya que no existe un Goya que pueda convertir en arte lo que fueron sus desastres de la guerra, y las miserias de aquellas existencias. Bajezas tan asilvestradas pueden presentarse como arte en un cuadro a través de un artista, pero se presentan en una cuadra ante la inexistencia de tal artista (la televisión es todo, menos arte)… Intenten poner distancia con la porquería, por favor. Traten de evadirse en lo posible, desmonten los índices de audiencia, utilicen la tele para dormitar, úsenla para informarse y no desinformarse, si ello es posible, pero no se dejen adocenar y aborregarse. Es lo que cierra el bucle del papanatismo.
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