PERSONALMENTE...

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Te leo…”, “Te sigo…”. Son palabras mágicas que abren hueco a la esperanza. Cuando alguien las pronuncia despiertan en mí una mezcla de sentimientos. Una inmensa gratitud por un regalo al que nunca sé cómo corresponder, cierto temor a llegar a defraudar algún día, y un enorme respeto para con los que se toman la molestia de recibirme cada día en su atención con lo que escribo. No deja de ser un privilegio que se me hace, un homenaje que se me dedica, y una responsabilidad que mantener… O eso es lo que siento, al menos.

            Para ser sincero, he de reconocer que sin esas, tan escasas como valiosas, pero espontáneas, palabras, es muy posible que hace tiempo hubiera abandonado el hábito de escribir… Esa es mi paga. Ese es mi combustible. Mi impulso para seguir haciéndolo. El aire de mis velas. Porque sé que alguien por ahí me lee. Porque sé que alguien me sigue por algún lado. Supongo que esto es lo que les pasa a todos los que escribimos, naturalmente…

            Otra cosa es cuando alguna de esas amables personas me hace el obsequio adicional de “si alguna vez decides montar un foro, dímelo…”. Joer, eso es mucho más que leer, eso es participar. Eso es mucho más que seguir, eso es comprometerse. Y me pregunto a mí mismo si, en lugar de sentirme tan atrabucado por halagado, respondiera a bote pronto “lo decido ahora, date por avisado”, y de seguido le soltara “¿cómo lo hacemos?, ¿cuándo empezamos?..”. Porque igual se sentiría víctima de un atraco a palabra armada, secuestrado por su propia gentileza, rehén de su imprudencia. Por eso me callo, y no lo digo, porque siempre prefiero que me sigan regalando con el “te leo, te sigo” y no asustar con ningún compromiso. Porque es algo que necesito más que lo otro.

            Hace un tiempo, en uno de los actos culturetas que se prodigaron por toda la región con motivo del Centenario de Miguel Hernández, al que asistí, se pidió desde la mesa un voluntario entre los presentes que diera lectura a uno de sus poemas. Mi brazo se alzó sin consultarme antes, en clara insubordinación de mí mismo. La Nana de la Cebolla me arrebató, emocionándome hasta el tuétano, y al acabar, con un nudo en la garganta, me asaltó un flash de aplausos y lágrimas… Ni yo mismo supe qué había pasado.

            A los pocos días, recibí una llamada de uno de los responsables de la organización ofreciéndome ser el lector de los principales actos, cubiertos los gastos, claro… Decliné cobardemente. Le dije que quizá al resto del poemario no sabría imprimirle lo que a la Nana de la Cebolla, mentí, y tampoco iba a estar repitiendo la cebolla en todas partes, pues acabaría por perder emotividad y la frescura y espontaneidad de aquella primera vez, me excusé muy convincentemente.

            Quiero decir con esto que para escribir se toma uno su tiempo, igual que para leer para sí mismo. El que haga falta, a fin de sacarle todo el provecho posible. Pero en vivo y en directo puede uno llegar a defraudar. Precaución escénica, prefiero llamar al miedo escénico. Por si acaso. Yo sigo apreciando intensamente esos breves te leo – te sigo, que tanto me honran y me achuchan, y me producen cierto respeto mayores retos. Puede que alguna de las partes nos metiéramos en algún charco del que luego no podríamos salir… Y yo me conozco.