POST-NAVIDAD

 

Casi siempre he escrito un artículo artifinavideño por Navidad, como es normal. A favor o en contra, pero “en fechas”, aprovechando que la vuelta a casa es obligada rebozarla en turrón. Sin embargo, este año me van a permitir  ustedes que lo escriba a toro pasado, mejor dicho, a buey pasado, una vez vueltos a la normalidad de los días, cuando se pagan y se apagan las importadas luces callejeras y nuestras impostadas luces interiores, de las que una vez al año no hace daño… más que a los cada vez más estrechados bolsillos. Una vez regresados a los días normales en que nos queremos lo normal, lo jaleamos lo normal y presumimos de ello lo justo y normal.

                Estamos llegando a unos extremos en que hasta me parece agradable el encontrarme de pascuas a polvorones a la gente usual y desearles unas felices fiestas en lo que cabe, que cada cual tiene su propio cupo y motivos, así, cara a cara, dándole la mano, de cuerpo presente... Y lo que me lo ha convertido en ya una costumbre entrañable es el uso y abuso de los mensajes whatsapijos en que te bañan e inundan de rebuscadas frases, edulcoradas y empalagosas hasta la arcada. Yo soy diabético, y me pongo a parir con ellas, por lo que mi doctora me ha recomendado que para los próximos idus de mazapán apague el loro. A mí me parece que hay gente que, durante todo el año, colecciona paridas pseudoprofundas a lo Pablo Coelho para darles suelta por Navidad, fechas en que se abre la veda, y presumir de trascendental aunque se ignore el significado “de profundis” del mensaje. El objetivo es que al destinatario se le afloje la lágrima espumillona.

                Gordon Pennycook, un psicólogo de altos vuelos, y gurú norteamericano en el estudio de estos fenómenos, dice en un artículo suyo: “la conclusión es que las personas más receptivas a estas memeces son también las que tienen menos nivel de inteligencia”. Y dice aún más: “son también las más propensas a creer en teorías conspiratorias, en lo anormal (que no paranormal) y en las medicinas milagrosas…”. Ásperos e inmisericordes comentarios, a fé mía. Pero lo que sí es verdad es que, por esas fechas de paz, amor y hosannas en las alturas, se creen a sí mismos profetas portadores de eternas verdades, y esto no es cosa de don Gordon, si no que me parece a mí… es la sensación que me da.

                Afortunadamente, pasadas esas programadas calenturas, solo fomentadas para espumar el consumo a cotas desaforadas y aflojar los bolsillos hasta la extenuación, aunque hayan secuestrado impunemente el auténtico y verdadero sentido de la Navidad con el aplauso, el jolgorio y la ignorancia de todos… afortunadamente, digo, pasadas esas fiebres, todo vuelve a la realidad más real, más humana y menos falsamente divina, más pegada a nuestra naturaleza defectuosa y caótica… Pero es la normalidad dentro de lo imperfecto, y eso es más auténtico que lo perfecto dentro de la anormalidad, por no decir, viendo las cotas de las “comidas y cenasde…”, la más alta subnormalidad.

                Lo que en realidad conmemora la navidad es la post/navidad. Es el cambio de solsticio. El triunfo gradual de la luz en cuanto a que empieza a ganarle tiempo y espacio a la oscuridad. Y no solo en su simbolismo oculto, legado olvidado y despreciado de arcáicas culturas, sino también el triunfo material productivo, el del advenimiento de las cosechas y el retroceso del de la escasez… en nuestras originales sociedades agrícolas…

                Pero, enfín… lo que yo quería felicitarles a ustedes en serio es la feliz postnavidad, la feliz normalidad, en que todos nos despojamos de nuestras máscaras decoradas de buenismo y regresamos a ser lo que somos, buenos, malos, condicionados o retorcidos, simpáticos o antipáticos. Y nos tenemos que soportar y perdonar a nosotros mismos a través de los demás, de los otros, de todos… Afortunadamente, claro. Así las cuentas están mucho más claras, y eso es mejor que peor, porque en Navidad salen muy alteradas, muy falseadas, muy irreales. Las encuestas siempre dan un número de personas de buena voluntad que luego, pasadas esas fechas, bajan ostensiblemente. Y eso me desconcierta, y me aturde, y me repamfinfla… Y prefiero la verdad por mala que sea a la mentira por buena que parezca… Sí, ya, es que yo soy muy joío, y un poco giliraro. Pues ustedes sepan disculparme.