PREMONICIÓN

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Existen imágenes premonitorias. Aparecen por toda Europa, pero casi más en nuestro país. La de esos ancianos y/o ancianas casi transparentes, con muletas o andadores, muchos en silla de ruedas, o andantes jadeantes apoyados en un bastón, asistidos por jóvenes inmigrantes, negros o hispanos, o esas solícitas mucamas de ultramar que les hablan quedito… Esos jóvenes oscuros que vemos en las brigadas de limpieza de nuestras calles, empleados de fortuna en obras públicas o de mantenimiento, jornaleros de ocasión en nuestros campos, recolectando la cosecha que luego llenará nuestros platos, y nos alimentará… Imágenes que están ahí, y que han venido para quedarse, si nuestra cansina y gastada biología no lo remedia…

                        En un plazo de tiempo no muy largo, Europa – las cuentas están echadas – va a necesitar 50 millones de extranjeros jóvenes, de cualquier color, que apuntalen la inexorable decrepitud física y económica de nuestra sociedad caduca. Gente que trabaje, que pague impuestos y nos asista. En ese futuro inmediato – las cuentas están igualmente echadas – solo España necesitará a 5 millones de esas personas. Nuestra dilapidada biología tampoco está por acudir al rescate. El futuro solo se construye trabajando, aportando riqueza y haciendo crecer el censo. No existe otra forma ni manera. Y nosotros no estamos por la labor, incluso quizá que cada día podamos menos.

                        Cuando los veo venir en pateras, para luego, con suerte, volver a verlos limpiando la mierda a nuestros viejos y la mierda de las plazas públicas que nuestros ecologistas jóvenes llenan con sus conciertos y botellones, no puedo evitar preguntarme quién salva a quién. Me pregunto si nosotros los rescatamos a ellos de morir ahogados, o ellos nos rescatan a nosotros de nuestro futuro y de nosotros mismos. Es que no lo sé muy bien. Como no entiendo el por qué no desarrollamos políticas de adaptación en lugar de políticas de rechazo. Igual que no comprendo que se nos inyecte a la ciudadanía tan miope, y suicida, y contraria y opuesta, visión de las cosas.

                        ¿Quiénes vienen a salvar a quiénes?.. ¿Quiénes nos rescatan a quiénes?.. Los juicios de la historia solo pueden facilitarlos la propia historia, una vez que esa misma historia presente se convierta en futuro, y éste en pasado. Por eso mismo que esas imágenes que empiezan a hacerse un hueco en nuestras retinas, y que solemos apartar con excesiva ligereza, de ver a nuestros padres y abuelos asistidos por aquellos a los que rechazamos, son premoniciones de una realidad cercana. Y ojalá… ojalá, ellos no nos traten a nosotros mañana como hoy los tratamos nosotros a ellos. Ojalá.

                        Porque los que no tienen la suerte de limpiar la caca de nuestros ancianos y de nuestros jóvenes, de realizar las faenas que nosotros desechamos, contemplan el pasar de esa historia con las manos extendidas en las puertas de los supermercados, o en sus vacíos bolsillos en las esquinas de la subsistencia. Cuando en el futuro, los descendientes de estos náufragos de ahora convertidos en esclavos, sean (hago votos porque puedan serlo) tan amos y señores de su destino como usted o como yo, Europa, y España, tendrán que agradecer al tal destino no haberse extinguido en su achacosa y egoísta decadencia. Aunque todos los europeos y españoles de entonces seamos color chocolate, y ni siquiera nuestro cacao sea puro…

                        Puede que algún político y/o ciudadano que haga pureza de raza, o estatus de su racismo y xenofobia, al que quizá alguno de los oscuros le está hoy limpiando el retrete – de izquierdas o de derechas, pues de ambos háyslos – piense y crea con toda su alma blanca que esta premonición de este fronterizo escribidor sea una absoluta ridiculez, una especie de ensoñación metafísica. Pero lo crea o no, lo quiera o no, le fastidie o no, los hijos del hambre siempre vencen a los hijos de la opulencia. Siempre. O sirviéndoles, o rebelándose, o mezclándose con ellos. Los que no tienen nada que perder y todo por ganar, y nosotros, los que ya no sabemos comprender ni compartir.        

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