PUES NOSOTROS MISMOS...

Me entero por J.J. Millás (cito el origen del dato porque es lo correcto y para que luego no me digan que invento las cosas) que cada año consumimos en el mundo 60.000 millones de pollos. La cifra, así, en frio, acojona un tanto. Son muchos pollos esos. Un cálculo rápido de lo que tarda un pollo en criarse naturalmente, y se da uno cuenta de que no sale la cuenta. Evidentemente, toda esa pollería es la de una cadena de producción en plan factoría, fábricas de pollos, o sea, se acelera su crecimiento químicamente sin dejar obrar a la naturaleza por lo suyo, que sería lo nuestro… O sea, comemos pollos químicos.

Pero es que, como me picaba la curiosidad, me puse a hacer números. En el planeta somos 7.700 millones de habitantes, entre carnívoros, vegetarianos y de ODD (obligada dieta dura), y tampoco vamos a estas alturas a hacer distingos. Bien. Si dividimos, nos sale una media de ocho pollos años en números redondos, incluídos bebés de teta y chupeta.. Pero, claro, como lo de un pollo por cabeza me parece una barbaridad, lo normal es un pollo por unidad familiar, pongámosla de 3/4 personas, ¿vale?.. Pues, haciendo cálculos, salen que tales familias del mundo mundial se comen su buen pollo semanal. Pero aquí van contadas las que no tienen ganas, tienen ganas y no pueden, los que no tienen dientes, y a las que no les gusta el pollo, por lo que la cifra se acercaría más a más de un pollo a la semana…

Vale… ¿usted se cree eso?. Yo, no. Desgraciadamente, en este mundo hay muchos, muchísimos, demasiados, millones de familias que no comen pollo porque no comen nada. Entonces, habríamos de hacernos la siguiente pregunta: Como los que sí comemos, es imposible comernos entre todos esos 60.000 millones de pollos, ¿qué hacemos con tanto pollo sobrante?, porque, a los que no lo huelen, tampoco se los damos… Pues muy fácil, van a la basura., En restos, medias piezas, tercios o cuartos de pieza, los tiramos al contenedor, eso sí, de orgánico. Y me juego el tupé a que lo mismo ocurre con toda la alimentación restante, con que envenenamos la tierra y el mar para producirla y luego tirarla en parte, antes que distribuirla entre cientos de millones de personas que pasan hambre en el mundo (el 28% de nuestros conciudadanos españoles, la mayoría niños, viven en el umbral de la pobreza). En gran cantidad de ocasiones se nos echan a perder en nuestros repletos frigoríficos y congeladores de sobrantes excesos que van a la basura…

Y esto es así, nos guste o no reconocerlo. Y como la conciencia, si no está adormecida es una cosa muy jodida, y como es algo que, en mayor o menor medida, todos practicamos, y por eso de que mal de muchos, consuelo de idiotas… surge aquello de ¿y yo qué puedo hacer?, ¿qué podemos hacer nosotros, si la vida es como es y está como está?.. Pues, simplemente, romper la cadena del consumo compulsivo, y comprar tan solo lo que en verdad se necesite. Unilateralmente, sin esperar a que lo hagan los demás. Esas oligarquías empresariales que producen por encima de las posibilidades naturales para satisfacer un consumo hedonista y exagerado, fuera de toda medida, comenzarían a tener pérdidas, y, o bien ajustarían sus ganancias, o adoptarían políticas más justas y equilibradas… Pero esto no ocurre solo con la comida.

También pasa con la ropa, y con todo el menaje, utillaje y cacharraje habido y por haber. Compramos hasta cosas que no vamos a utilizar, o nos deshacemos de artículos en perfecto uso y servicio por una estúpida renovación impulsada por inoculadas modas (en lo del vestuario es demencial). Con la mayor parte de todo el exceso sobrante envenenamos el medio ambiente… El reciclaje es solo una parte de la solución, no es la solución. La solución integral, y global, es la regla de oro: solo consumir lo que necesitamos. Y eso solo podemos hacerlo las personas…

No la gente, no la sociedad, no el sistema. La gente, la sociedad o el sistema están compuestos de personas, de los que amontonamos y de los que no tienen qué amontonar. Si no empezamos a hacerlo cada ser humano, cada familia, cada grupo, no esperemos que lo haga la sociedad ni el sistema. La cosa no funciona así, si no justo al revés. La revolución, la evolución o la involución funcionan de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo.- Mientras nos lo pensamos, seguimos alimentando un cambio climático de consecuencias catastróficas a las puertas, y espantosas epidemias de virus cada vez más difíciles de atajar. Una cosa es consecuencia directa de la otra. Es la cadena cuyos eslabones estamos forjando entre todos, y que está llevando a la humanidad al desastre. Lo bueno es que aún podemos reaccionar. Lo malo es que cada vez tenemos menos tiempo.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

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