RAJOY

  

Por la figura de Rajoy siento rechazo y fascinación a la vez. Lo confieso. Me parece un corrupto del renacimiento. Es tan capaz de mezclarse y amasarse con, y en la corrupción más abyecta de los suyos, como de alejarse en un estatismo incluso en ausencia de sí mismo. La clave está en el no hacer nada, en estarse quieto, inmóvil. En trascender a todo y a todos en la más estricta quietud. Ahora está incluso a punto de metamorfosear su imagen de cavernícola retrógrado en la de avanzado negociador, a punto de convertir la oruga del prepotente absolutismo en la crisálida compartidora generosa de gobierno. A eso, le llamo yo marianismo.

                Con su método del no-hacer, de levitar en las esencias del dontancredismo más depurado, ha dejado atrás las zancadillas rastreras de su poderoso, rencoroso y arrepentido valedor Aznar, sin dejar huellas ni señales de lucha alguna… En esa espera silente, ha superado a toda una grande de España, doña Esperanza Aguirre, que ya ha quedado como reliquia de su propio pasado… Ha jubilado al trasnochado gurú de la caverna oscura, Jiménez Losantos, que lo tachaba de timorato… Ha archivado en el último cajón de su sacristía al aullable inquisidor Rouco Varela, del que era su escabel… Rosa Díez llegó a decir de él que es “un gallego, en el más despectivo sentido de la palabra”, pero incluso ella ha pasado a la caja de los soldaditos de plomo caducados, y él sigue ahí, en el tablero, en su escaque, en el juego… Quieto, sí, parado, como un Buda fumando un puro, trascendiendo a amigos y enemigos…

                Incluso ha logrado en su quietismo dividir al principal partido de la oposición, situarlo al borde de una guerra civil, y evaporar a uno de sus más obtusos, empecinados y encarnizados enemigos: Pedro Sánchez, al que se le olvidó poner la coma entre sus dos NOES, convirtiendo su NO es NO en un igual a SÏ. Analfabetismo político, o que el virtuoso estatuísmo es más fuerte que el fragoroso fanatismo. No lo sé.

                Quizá ese saber no-estar viene de sus orígenes. De cuando estudiaba Derecho en Santiago durante los sucesos del Mayo francés, y su padre, juez y poeta, interrogaba a su profesor: “¿se puede saber por qué mi hijo es pro-chino…?”. Puede que fueran los comienzos de su némesis de revolucionario a conservador, dentro del más estático y mayestático de su sin-acción. Quién sabe…

                O es posible que su exégesis provenga de aquel lejano Deportivo del que era seguidor, y de aquél tan hábil como diabólico central, Chacho, del que era admirador. Un genio con los piés  pero más gandul que el césped de Balaídos, donde una vez quedó clavado y, oyendo que el público le increpaba, se volvió impertérrito a la gente, y les gritó: “el que tiene que correr es el balón, no el futbolista…”.

                Ya digo que no lo sé. Pero Rajoy utiliza el marianismo, y eso le funciona. Al menos, hasta aquí. La táctica de Pío Cabanillas, otro gallego ilustre, de “lo urgente ahora es esperar”, parece que le da resultado. La urgencia de no emplear la urgencia. Otra posible explicación, puede ser, es que Rajoy haya leído a Lao-Tsé, y haya interiorizado sus principios de la acción de la inacción, y a extremos tales, que incluso le rinden sus buenos frutos en el arte de la política…

                De verdad, lo ignoro. Pero ahí está. Ahí sigue. Superando cualquier ventolera, propia o ajena, haciendo lo mínimo, o no haciendo nada… absolutamente nada. Son muchos los que han odiado y odian a Rajoy, muchos, pero, al menos de momento, todos se van quedando entre la polvareda del camino. A ver quién es capaz de apearlo de la postura del loto.