REALEZA

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Dice la escritora Sánchez Mellado, y es verdad, pues de ello pueden dar fé madres y padres en sazón, en lo de que llega una época en la crianza de los hijos (la autora lo aplica a sus hijas), esa interfase que tienen entre niña y mujer en que mutan de princesas a condesas, de flores a cactus, en que no te contestan ni a voces ni a whatshaps, que no quieren salir contigo ni que las acompañes, ni en la calle ni en el selfie, cuando su respuesta a todo es no, en que deploran tus frases, desdeñan tu aspecto pero no etiquetes el suyo, detestan tu presencia y deploran tus consejos… Lloran, ríen, silencian durante largo tiempo o rajan a barullo en un momento. No saben lo que son, ni les importa, ni lo que quieren ser en su vida. Te contradicen en todo y no se controlan en nada, ni te aguantan ni se aguantan. Es esa fase en que su habitación es una chotera que huele a chota…

            Pues bien… El otro día también, andaba yo viendo la imposición del Toisón ese de oro que la real realeza se otorga a sí misma, y que S.M. el Felipe le estaba imponiendo a su hija la Leonor,  futura doña Leonor nuestra, y me estaba acordando de esto. Y pensaba que esa encantadora criatura, casi más angelical que humana, que miraba arrobada a su señor padre mientras éste le exigía desde ya mismo ejemplaridad absoluta y absoluta entrega, sentido de servicio a la corona y su determinada entrega a la justicia, su sacrificio por el país… y que sonreía con una dulzura conmovedora, de una melosidad más empachosa, si cabe, que ya es difícil, que la parejita finalista de OT, y que a sus doce espléndidos añitos estaba a punto de transformarse en la jovencita del párrafo anterior…

            Y me la imagino entonces, haciéndole una higa a sus soberanos padres y a sus augustos abuelos, soltándoles aquello de “vosotros no mandáis en mí”, o lo otro de “ya podéis cantar misa, achos…”. Y me pregunto si eso les ocurrirá a los sangres azules lo mismo que me ocurrió más o menos a mí, a mi hija con la suya o a la Sánchez-Mellado con su prenda, como les sucederá a las hijas de sus hijas por siempre amén… O si, en un par de años más o menos, Leonorcica no prodigará su presencia salvo lo estrictamente necesario y bien vigilada por su aya en plan discreto pero “como no inaugures bien te dejo sin wi-fi, nena”, hasta que se le pase el rabicundo, y en su caso rubicundo, periodo de rebeldía de la tía, y vuelvan las regias aguas a sus regios cauces… No sé, ya lo veremos, o lo intuiremos, o ni lo uno ni lo otro sospecharemos…

            Salvo que a la pobre criatura, con alguna técnica desconocida para los mortales de calle, la hayan programado desde el maternal útero para asumir tan elevada misión. Y aún y así. Porque si la madre, luego a luego, fuera de pedigrí, pues bueno, a lo mejor por la cosa de la genética… pero es que ni eso, pues doña Letizia Conzeta es de las de casta le viene al galgo, que nada de que es reina por la gracia de Dios ni leches, sino por la gracia que le hizo al príncipe…

            Así que la ternura de la inocencia pasará, y los cañamones a punto de reventar en plumas les pedirán volar, y el dorado palacio se convertirá en dorada jaula. Dorada, sí, pero jaula y no jauja. Y don Felipe, como todos los plebeyos de su reino, sufrirá unos reales cabreos reales que le acelerarán las canas en sus sienes, y las ganas que les vienen… de mandar a la niña a hacer puñetas de blonda, que hasta la corona estoy, miraloquetedigo…

            Pero también es penoso, las cosas como sean y justo es reconocerlo, que esta zagala tenga que tragárselas cuadradas, y no pueda montar su cirio como todas sus contemporáneas porque su puñetera vida está destinada a ser cuestión de Estado hasta cuando se quede en estado… Y, ¡joer!, también es triste eso, también… ¿Qué no..?.