RECORDANZAS

(de Alkonetara)

 

No tendría más de 8 o 9 años… Alguien llegó a aquella primera escuela, y, hablando con don José, nos señaló a unos pocos… No le dí importancia alguna, hasta que, un par de días después, el maestro me llamó a su mesa, mientras los demás abandonaban la clase: “vas a hacer la Confirmación, y has sido designado para decir unas palabras de bienvenida al Sr. Obispo, ese día, en la Iglesia”. Me facilitaría un papel con un par de frases escritas que tendría que aprender de memoria, para recitarlas ante aquel ser ominoso con un alto sombrero acabado boca de pez.

Aquello me aterrorizó, ¿y porqué yo precisamente?.. en el pueblo había varias escuelas, de niños y niñas, separados como Dios mandaba, ¿a qué venía que me señalaran a mí entre tanta crianza?.. Tras balbucear al mágister que no, que ni hablar, que yo no, que no contara conmigo, reculando, salí corriendo del aula. Esa noche no pegué ojo. Al día siguiente, nada más entrar de la calle, don José me estaba esperando, para, cogiéndome de la oreja, llevarme a un cuarto adjunto. Las recriminaciones que me hizo, ya aludiendo abiertamente a mi condición familiar con algo que yo no entendía, pero con un claro sentido amenazante, me metió a la fuerza el papel en el bolsillo: “apréndetelo de memoria”, me espetó a voz en grito.

Aquella tarde volví a negarme… temblando, pero me negué. “Pues bien, al terminar la clase, te quedarás aquí solo, castigado, hasta que digas que sí”, reteniéndome una o dos horas antes de soltarme y repetirme la amenaza. La presión duró dos o tres días más, graduando la retención forzosa a más tiempo… Tuve que dar explicación a mis padres por mis tardanzas en regresar a casa por las tardes. Les solté mi problema esperándome un duro correctivo por parte de mi progenitor por enfrentarme al maestro… Su mirada dolorida y preocupada, sus palabras apenas murmuradas, me hicieron captar que había mucho más que mi negativa, y nada bueno por cierto.

La tarde siguiente fue mi padre a recogerme, serio como nunca; habló con el maestro unos minutos, en voz baja. Los ojos de ambos eran duros, mezclados con indignación contenida los de mi padre. Luego se dio la vuelta, me agarró de la mano, y salimos de allí… Esa noche me sentó frente a él, con sus ojos brillantes por algo que pugnaba por salir de ellos, su voz tensa, rabiosa y temblorosa. Tendría que hacer lo que me pedían, aunque él tampoco quería… “tienes que hacerlo por la mamá, por tu hermano, por mí, por todos…”, fue lo único que pude entender con toda claridad.

Así que me doblegué a lo establecido… Una noche mi madre le dijo algo a mi padre in sotto voce: “no te preocupes más… el Sr. Acedo lo va a apadrinar y me ha dicho que él cuidará de todo, que estés tranquilo”… don Manuel Acedo era un suboficial sanitario de la Base Aérea que se había convertido en el ángel asistencial de las familias del pueblo. Recuerdo el acto en una nebulosa opresiva y aprensiva, con la mano de don Manuel posada permanentemente en mi hombro, que animaba, protegía y mitigaba mi penoso deber.

Deben hacer abstracción del presente y situarse en plenos años cincuenta; dictadura pura y dura de un nacionalcatolicismo cerrado y opaco formado por el Estado y la Iglesia, copicalcado de un nazionalsocialismo que fue aliado y garante del régimen franquista, en un pueblo castigado por haber permanecido fiel a la república que perdió la guerra civil… y con un padre, ex militar y piloto de guerra, regresado del exilio, pasado por cárceles y campos de castigo, y con el sambenito de “rojo” estampado a fuego en los lomos Y viviendo de la tolerancia de los ganadores… como tantísimas otras personas en un lugar bajo la égida de un Jefe Local del Movimiento.

Nunca supe si fue cuestión de puñetera mala suerte, o de puñetera mala idea, ni tampoco he querido saberlo, aún habiéndomelo preguntado en varias ocasiones… Dos o tres veces más me hicieron sentir quién era yo por ser hijo de mi padre, y lo agradecido que debiera mostrarme por permitírseme seguir respirando con los demás. No así el general de un pueblo cohesionado, solidario y unido quizá por esa misma causa común. Todo está ya, claro, sobradamente asumido, explicado, entendido y perdonado… pero no olvidado. Aquellas especies de “sépase el que ha ganado y el que ha perdido” se repetían y repartían por eso y para eso mismo: para que no olvidásemos lo que éramos.

Veo ahora la bilis que rezuma la extrema derecha de este país, que se proclaman además herederos de aquellos bárbaros, y salvaguardas de un renovado nazismo; y de tantos ignorantes e inconscientes ciudadanos que los jalean en sus planeadas manifestaciones, y me pregunto a mí mismo porqué dura tanto el odio y qué mierda hemos aprendido, si es que hemos aprendido algo de todo aquello… Y veo a esos obispos de hoy azuzando a la misma canalla de ayer, y me asalta la misma rabia, el mismo miedo, la misma impotencia, y la misma tristeza que aquél crío que lo expulsaban de Falange por querer jugar con un balón remendado, con una patada en el culo “por ser hijo de quién eres”… Y sigo viendo a hijos de Caínes

¿Por qué y para qué tanta mala sangre?.. ¿Acaso no hemos tenido bastante que queremos más de tan envenenado plato?.. No quisiera ver que se repite la misma ignominiosa historia. Al menos, esperen a que los de mi generación ya no estemos aquí. Tampoco nos queda tanto…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com