ROMERIOLOGÍA

 

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Veo una foto a toda página en un periódico regional sobre una romería local, y así, de pronto, al primer golpe de vista, sin meterme en detalles, me pareció lo de la Kaaba, en La Meca. El mogollón de gente alrededor de la piedra negra sagrada, con que cada año nos ilustran los medios… Luego pienso que no, que no es el tiempo, y me salta a las mientes lo del asalto a la Reja, la cosa del Rocío y eso… Pero tampoco es la época, no… Así que me fijo menos en la foto y más en la letra chica…

            Una Virgen se encuentra con otra Virgen, hacen un trecho de camino junticas ambas dos, y luego una de ellas sigue su ruta de vuelta a casa (de donde la trajeron en otra romería más) “entre el fervor multitudinario” de un montón de miles de fieles – que ya de paso aprovecharon para engordar una manifa que, casualmente, pasaba por allí – y que ya que estamos… Y pienso que ese inmenso fervor de miles, habrá muchos de esos miles que ya no se oigan una Misa en todo el año, hasta que el fervor lo lleve a la costumbre de nuevo, o la costumbre al fervor, no sé… Como tampoco sé, pero me lo figuro, cuántos de esos miles van por pura fiesta, o cuántas clases de fervor hay, o cuántas fiestas se disfrazan de fervor, que de todo hay en la viña del Señor…

            Y otra cosa que pienso, es que, si solo hay una sola y única Virgen, el encuentro de dos de ellas ha de ser como mirarse al espejo y ver que no se parece una imagen a otra imagen. Y, cuando se llevan bien, aún siendo la misma, que lo es, pues nada, fenomenal, pero cuando los del fervor se empeñan en hacer cada cual más grande a la suya, y hacerlas competir entre ella, que también, entonces el fervor de cada cual puede hacerlos llegar a las manos y hasta que corra la sangre si se tercia, “que a mi Virgen ni mentarla, que yo me conozco, y mato, que por mi Virgen yo mato, cagüenla…”. Y es que hay fervores que matan, o se mata por ellos, que el fervor y el honor, ya se sabe… los carga el diablo.

            Luego uno se ilustra con detalle, y se entera de los costosos trajes que procura el fervor, y de las joyas y las coronas, y los carísimos complementos con que el fervor adorna, y hasta me entero que estrena peluca, que hasta seis meses se ha tardado en hacerla, fíjense el fervor que hay ahí encerrado… Y todo cuesta una pasta. Y todo mueve un floreciente, pero fervoroso eso sí, negocio alrededor de miles de imágenes de una sola y única persona, por muy Virgen que sea…

            Y como uno sigue pensando en santos y santas, que ya no vírgenes, y en imágenes e imágenas, y en imaginería, y en ídolos e ídolas, y en idolatrías, de las diferentes fés y culturas y religiones y tradiciones y… con los que se visten, se revisten, e incluso se desviste el fervor, al final, la idea principal, el motivo original, queda también tan vestido, revestido y tapado que ya casi nadie lo conoce. Es como adorar el santo por la peana, o a Dios por los santos, y a las Virgenes por los nombres.

            Y recuerdo que el islam, y los judíos, por muy ceporros que sean, que lo son, pero no admiten imágenes de lo que debe ser el eje de todo, para no quitarle la importancia que tiene ni distraer al personal de lo fundamental. Y tiene su cierta lógica, y su sentido cabal… Y recuerdo el cabreo, mayúsculo y genuíno, que pilló aquel Moisés cuando bajó de su monte y se encontró a su gente haciéndole fiestas y monerías y romerías a un becerro de oro, que lo de menos es el becerro, y mucho menos lo del oro…

            Y me pregunto si, en el fondo, no nos atraerá más el festejo de sacar de paseo a la muñequita con su vestidito y su canesú, que la excusa que se utiliza para hacerlo.