SAINETOWN

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Lo ocurrido en Molina de Segura es digno de un sainete de los hermanos Quintero, salvando, claro, las distancias, las morales y las de costumbres. También de haber caído en el tintero de mi tocayo, don Miguel Mihura, hubiera salido de su magín una especie de “Una mucama y un señor de Murcia”. Y es tan chispeante y gráfica la historia, que no me resisto a comentarla en modo alguno.

            Parece ser que en la actualidad – un servidor acaba de enterarse – se pueden contratar, incluso de forma y manera estrictamente legal, los discretos y profesionales servicios de una “sugar baby”, por un “sugar daddi”, y es algo que, ¿cómo no?, viene importado de EE.UU. incluído su nombre en inglés, por supuesto, naturalmente… Y es un acuerdo bilateral mediante una empresa de servicios, entre un señor y una señora, o señorita, o lo que fuere, para la prestación de determinados servicios domésticos privados, en un determinado lugar o lugares, y durante un tiempo y duración determinada. Desde solo compañía y conversación a prácticas sexuales pasando por cocina y/u otras labores, etc… Todo muy normal y aséptico.

            Pues bien, un señor paisano nuestro va y contrata las prestaciones de una dama a través de una de estas agencias, que se desplaza desde Madrid a nuestra región a fin de realizar el servicio, incluído en el pack los de la cama, como se puede uno imaginar, durante tres días (ignoramos, ni nos importa, si el contratante aprovechó algún viaje de la parroquia de su santa, o cualquier otra causa, cosa o caso que no viene al ídem). Pero la cuestión es que tras la discreción estalla el follón. Un incumplimiento clausular de lo estipulado en contrato hace intervenir a las fuerzas del orden, previas denuncias. Y salta el escándalo… digo, el sainete.

            Resulta que la parte contratada no recibe el estipendio acordado, así que se niega a abandonar la casa del contratador hasta no recibir la cantidad pactada. Por lo que el contratante la denuncia para que la fuerza pública la desaloje de su hogar. Ella, por consejo de la propia policía, abandona su actitud de fuerza pero en comisaría interpone la consiguiente denuncia por incumplimiento flagrante del contrato, exponiendo los documentos pertinentes al caso… A lo que el buen señor alega y contesta que él no abona unos servicios en que “lo contratado no era lo que había”. La dama es transexual y el hombre se encontró entre las piernas lo que no debía estar allí…

            Y traigo este hilarante sucedido a colación porque viene a cuento con muchos de los pactos políticos que suelen hacerse entre partidos, con el único fin de sentar derecho de pernada en el poder. Que luego resulta que “no está lo que allí debía de haber”. Un chasco. Lo que pasa en este caso es que el travestismo político es tan burdo y poco aparente que hasta los bobos más bobos lo ven venir de lejos.

            Es la diferencia entre uno y otro caso. Que en el del señor de Murcia puede llegar a ser un fiasco, aún por buena fe, pero en lo del ámbito político se traga con un orangután vestido de lagarterana llegado el caso. Y aun sabiendo lo que luego uno se va a encontrar entre las piernas del otro. Miren, por mal ejemplo, los acuerdos Psoe-Podemos en infinidad de pueblos, o el vecino acuerdo cartagenero, donde querían vendernos el cuento de La Bella y la Bestia en versión Calleja, o sea, colándolo en una pastilla de chocolate… Y es que, lo que no pué ser, no pué ser.