SANTA SEMANA
- Por miguel-galindo
- El 10/04/2017
La Semana Santa ha llegado y las procesiones han estallado. Y todas, todas, desde la ciudad más emblemática al pueblo más escondido en la geografía de nuestro país, se disputan el favor del público, de la abigarrada asistencia, de ese fenómeno que ha venido en llamarse Turismo Religioso (era la dimensión mercantilista que le faltaba a la religión), y que va chorreando contantes y constantes denarios de plata allí a donde se desplaza.
Porque, no nos engañemos, la religión ha terminado por engancharse, y/o, ser enganchada, al negocio turístico, al negocio masivo de los desplazamientos y visitantes listos para ser ordeñados. Catedrales, monumentos, caminos de… (póngale nombre), procesiones, peregrinaciones, ciudades santas (aparte la competencia de La Meca), santos lugares, lugares de apariciones, templos, historias y leyendas sagradas, arte y parte, basílicas y basiliscos… Todo, absolutamente todo, se ha convertido en un muy rentable fenómeno - perfectamente dirigido a las masas – de turismo religioso, al que explotan y del que se benefician regidores y mercaderes de reliquias, con el beneplácito bendecido y asociado de la sacra iglesia dominante, que participa en lo que le toca del negocio. Todos los caminos llevan a Roma, aunque unos más que otros, como los caminos de bolsa y bolsillo…
Por eso que, llegada la santa Semana Santa, para honrar en deshonra a aquel pobre nazareno pobre, engalanamos costosos tronos de luces, ricos paños, flores, dorados y lujos, vestimos a nuestra idolatría imaginera con pomposas capas bordadas en plata y oro, coronamos nuestras vírgenes con tocados de insultante riqueza, solo comparables a las que hipócritamente criticamos cuando lo hacen otros de devoción menos sentida o simulada en los carnavales previos, pero igualmente rentables a la misma faltriquera…
Gastamos lo que negamos a los que mueren de hambre y frío a nuestras puertas (fronteras) para revestirnos de hermosas túnicas con las que epatar y pasearnos orondos y lucientes de… penitentes. Y montamos dispendiosos y disparatados desfiles con que presumir, y ya de paso, contar los ases y sextercios que van a dejar los religiturix que llenan nuestras calles y cebaderos… Todos, regidores, mamadores y adoradores, nos aprestamos a escurrir los “sagrados actos” hasta sus últimas consecuencias de esta semana a manta.
Y competimos entre nosotros, unos con otros, en rendimientos y en religiosidad popular, esa especie de fé casposa y cateta, que se basa en disputarle al pueblo vecino o a la cofradía de al lado los vivas a las imágenes de cada uno… Que si mi virgen es más guapa que ninguna, y mato por ello, o si mi crucificado es más competente que el competidor, y me cago en los… huertos del que diga lo contrario. Y nos partimos el alma, y nos repartimos los insultos, por ello, y también hasta lloramos de sentimiento si preciso fuere, claro, naturalmente…
…Y si una sola cosa, una sola, de los fenómenos aquí descritos, fuera falso, sea yo reo de culpa, anatemizado y excomulgado quede. Pero si verdad fuese, si eso sucede así, y es lo que ocurre cada Semana Santa de cada año en este país, entonces habremos de convenir que somos los mismos comerciantes y cambistas que extendíamos las mesas en el templo de Jerusalem, y compartíamos los beneficios con los sumos sacerdotes del mismo. O si no, nos parecemos mucho. Demasiado. O a ese Judas que cobró por montar el cirio. Lo que pasa es que él se arrepintió, y se colgó, y nosotros hacemos bises de la función sin parar y pasamos el platillo una y otra vez. Que no pare el circo, que, como dice la película, es el mayor espectáculo del mundo.