TURISMAR MENOR

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El otro día cerramos la temporada del programa radiofónico La Pinza en un entorno único, de auténtico lujo: el patio del Hotel La Encarnación, en Los Alcázares. El tema, como no podía ser otro: el Mar Menor y su futuro turístico. Y como siempre, gente experta en el tema y los que tocamos de oído. Personas que defienden un sector, del que viven, como es natural, y personas que disfrutan de su entorno, aún privilegiado – y que dure muchos años -, así como también personas aparentemente ajenas aunque siempre próximas, como este servidor de ustedes, que solo defiende un determinado y concreto modelo sostenible (quizá familiar, quizá romántico, quizá utópico) de entender el turismo.

                Y arremetía contra ese turismo invasivo, depredador, ávido, masivo y masificado, del que ya grandes destinos como Amsterdam, París, Barcelona, Roma, Praga… están dando sobradas y reconocidas voces de alarma, por lo que de efectos negativos procura más que positivos, así como advertía sobre mi temor (ignoro si infundado o no) de convertirnos en objetivo de paquetes turísticos bárbaros, tipo y modelo Magaluf…

                Es evidente que nadie lo quiere, al menos en público, pero no es menos evidente que algunos muchos lo desean, al menos en privado. Sin embargo, resultaría beneficioso para un sector concreto y determinado, pero muy perjudicial para todo el entorno social. Creo que los ayuntamientos, las administraciones, deberían estar muy vigilantes a cualquier movimiento que puede introducir, como un caballo de Troya, lo que sin duda arruinaría lo que hoy se disfruta. Las gateras son muchas y los ojos a vizor son pocos… Existen líneas que no se deberían cruzar. Por ejemplo, cuando se cuidan más los intereses del bar con su terraza que los del descanso de los vecinos afectados, se está apuntando e invitando a traspasar esa línea…

                Carolina, una participante argentina, turista a tiempo completo, como se definía a sí misma, lo corroboraba en su testimonio. No sabía cuándo le gustaba más nuestro enclave, si en invierno, o en verano, pero sí sabía que se quedaba preferentemente con las primaveras. Eso dice muy claramente el tipo de turismo que está apreciando en nuestro Mar Menor. Lo está retratando. Es el turismo tranquilo, sosegado, sostenible y con encanto; cultural, deportivo, incluso osaría decir “étnico”, a pesar del riesgo en interpretar el término… Por cierto, en cuanto a lo deportivo, no existe en el Mediterráneo un lugar más adecuado para la vela y el remo que el Mar Menor, la antítesis, por cierto, de las motos acuáticas, como ejemplo de ruido y contaminación.

                Ese turismo sostenible existe en la práctica. Lo que solo existe en teoría es lo de la economía sostenible. Y lo segundo, incontrolado, puede destrozar la primero… Aunque sigamos empeñando nuestros esfuerzos en culpar a una agricultura que, de momento al menos, es la única que está haciendo los deberes, y contemporicemos con no enfrentarnos a los auténticos culpables de incumplir su responsabilidad: los políticos.

                Unos políticos que, si hubieran terminado en su día las obras de desvío y recanalización que incomprensiblemente paralizaron, el desastre del Mar Menor no se habría producido. Y, por lo mismo, aún no han cumplido ninguna de sus promesas últimas (filtros verdes, lagunaje, contención…) de las que hablaron en su momento. Ninguna. Siempre vienen, se hacen la foto, reciban palmaditas y las dan en espaldas partidarias, cantan sus semiverdades y todomentiras,  y se largan sin volver el rostro atrás, porque saben que puede pasarles lo que a la mujer de Lot… pero con sal del Mar Menor.

El otro día cerramos la temporada del programa radiofónico La Pinza en un entorno único, de auténtico lujo: el patio del Hotel La Encarnación, en Los Alcázares. El tema, como no podía ser otro: el Mar Menor y su futuro turístico. Y como siempre, gente experta en el tema y los que tocamos de oído. Personas que defienden un sector, del que viven, como es natural, y personas que disfrutan de su entorno, aún privilegiado – y que dure muchos años -, así como también personas aparentemente ajenas aunque siempre próximas, como este servidor de ustedes, que solo defiende un determinado y concreto modelo sostenible (quizá familiar, quizá romántico, quizá utópico) de entender el turismo.

                Y arremetía contra ese turismo invasivo, depredador, ávido, masivo y masificado, del que ya grandes destinos como Amsterdam, París, Barcelona, Roma, Praga… están dando sobradas y reconocidas voces de alarma, por lo que de efectos negativos procura más que positivos, así como advertía sobre mi temor (ignoro si infundado o no) de convertirnos en objetivo de paquetes turísticos bárbaros, tipo y modelo Magaluf…

                Es evidente que nadie lo quiere, al menos en público, pero no es menos evidente que algunos muchos lo desean, al menos en privado. Sin embargo, resultaría beneficioso para un sector concreto y determinado, pero muy perjudicial para todo el entorno social. Creo que los ayuntamientos, las administraciones, deberían estar muy vigilantes a cualquier movimiento que puede introducir, como un caballo de Troya, lo que sin duda arruinaría lo que hoy se disfruta. Las gateras son muchas y los ojos a vizor son pocos… Existen líneas que no se deberían cruzar. Por ejemplo, cuando se cuidan más los intereses del bar con su terraza que los del descanso de los vecinos afectados, se está apuntando e invitando a traspasar esa línea…

                Carolina, una participante argentina, turista a tiempo completo, como se definía a sí misma, lo corroboraba en su testimonio. No sabía cuándo le gustaba más nuestro enclave, si en invierno, o en verano, pero sí sabía que se quedaba preferentemente con las primaveras. Eso dice muy claramente el tipo de turismo que está apreciando en nuestro Mar Menor. Lo está retratando. Es el turismo tranquilo, sosegado, sostenible y con encanto; cultural, deportivo, incluso osaría decir “étnico”, a pesar del riesgo en interpretar el término… Por cierto, en cuanto a lo deportivo, no existe en el Mediterráneo un lugar más adecuado para la vela y el remo que el Mar Menor, la antítesis, por cierto, de las motos acuáticas, como ejemplo de ruido y contaminación.

                Ese turismo sostenible existe en la práctica. Lo que solo existe en teoría es lo de la economía sostenible. Y lo segundo, incontrolado, puede destrozar la primero… Aunque sigamos empeñando nuestros esfuerzos en culpar a una agricultura que, de momento al menos, es la única que está haciendo los deberes, y contemporicemos con no enfrentarnos a los auténticos culpables de incumplir su responsabilidad: los políticos.

                Unos políticos que, si hubieran terminado en su día las obras de desvío y recanalización que incomprensiblemente paralizaron, el desastre del Mar Menor no se habría producido. Y, por lo mismo, aún no han cumplido ninguna de sus promesas últimas (filtros verdes, lagunaje, contención…) de las que hablaron en su momento. Ninguna. Siempre vienen, se hacen la foto, reciban palmaditas y las dan en espaldas partidarias, cantan sus semiverdades y todomentiras,  y se largan sin volver el rostro atrás, porque saben que puede pasarles lo que a la mujer de Lot… pero con sal del Mar Menor.