TURISMEO
- Por miguel-galindo
- El 18/07/2017
…De aquí mismo meo.- Ya digo, no soy yo, ni es una opinión mía, que ya se sabe… No. Son voces autorizadas y crecientes desde muchos sitios y lugares del mundo. El turismo masivo, dicen, ya está siendo contraproducente. No existe peor plaga que la plaga humana. Y no quiere decir que se tenga que prohibir, pero sí, quizá, que se tengan que regular los flujos. Que haya que empezar a normalizar, o a dictar leyes que pongan coto a lo que puede llegar a no tener arreglo.
Lo malo somos nosotros. En este país lo hemos jugado todo a una sola carta: la del turismo. No hemos diversificado, es más, hemos desmantelado toda industria para apostarlo todo a un solo palo. Hemos construido un país de camareros, hosteleros, chefs y masterchefs del universo, y hemos condicionado el empleo y el trabajo a las temporadas turísticas de cada sitio y lugar. En cada pueblo ya solo se mira que su fiesta sea declarada de interés turístico lo que sea, regional, nacional, internacional… y hemos basado nuestra economía y nuestro desarrollo en las faltriqueras de los visitantes.
No es una crítica, o tómenlo como quieran, pero sí que es una realidad. Y una verdad, lo reconozcan o no. Una fotografía fiel y descriptiva de la situación. El turismo, como el título de aquella vieja película, es un gran invento. Sí, pero cuantificado, no masificado… Estamos poniendo de moda el adjetivo “sostenible” a todo, y nos olvidamos que nuestra economía no puede ser sostenible si la fiamos a una sola y única, y desaforada, manera de ganarnos las lentejas. Nos mantenemos sobre una sola pata.
Amsterdam, Praga, Barcelona, Venecia, Lisboa, Roma, París… son algunas de las ciudades que están alzando la voz de alerta, poniéndonos en aviso de las connotaciones negativas que está produciendo un nuevo fenómeno: el del turismo masivo e invasivo, depredador… Y se empieza a hablar de un nuevo palabro: “gentificación”, como especie epidémica que todo lo arrasa en una destrucción estética y bajo un consumismo de plaga bíblica. Algunos lo están denunciando de forma creciente, y se aboga con urgencia por una regulación del fenómeno turístico.
Las ciudades están siendo homologadas en franquicias, cadenas de hoteles, tiendas exclusivas, restaurantes chefsificados, y desapareciendo el comercio tradicional y autóctono, como también se está abundando en la destrucción y allanamiento urbano. Eso, sin contar el efecto gradual de degradación y deterioro continuo de y por un turismo masificado y descontrolado a todos los efectos. Ya comienza a oírse el concepto de turismofobia en algunos sitios y lugares comunes.
Y uno de esos efectos empieza a afectar a las poblaciones y habitantes, que ven como sus ciudades se colapsan, y se vuelven cada días más caras e invivibles, lo que los empuja a los extraradios o hacia la locura, tal es el ruido y las aglomeraciones de gente. Los funcionarios y empleados públicos, y los obreros, que necesitan, no pueden pagarse los alquileres, pues se reservan para el opíparo negocio del turismo de aluvión, y, aunque el tal turismo crea puestos de trabajo, la precariedad y abaratamiento de éstos unido al encarecimiento de la vida de su entorno, conforma una circunstancia cada vez más negativa, contraproducente y perjudicial.
Igual sucede con respecto al medio ambiente. Que, a mayor riada de turistas, mayor tasa de esquileo medioambiental. Y no hablamos aquí del turismo bárbaro, destructivo y falaz, tipo Magaluf, el de la fiesta continua, escándalo, saqueo, alcohol y destrucción, donde solo se contabiliza el fugaz ingreso y no el costo social que supone mantenerlo. Un turismo de botellón y borrachera que solo defienden, claro, el sector de bares y copas… Pero el deterioro lento y seguro que supone el turismo de mogollón ya está asomando por la esquina. Cuidado pues que, ya digo, nuestra mesa es de una sola pata. No la metamos.