TURISMOGOLLON

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Venecia se ha sumado al selecto club de las ciudades donde el turismo se está convirtiendo del gran amigo en el gran enemigo. La apertura de tornos para regular el flujo masivo de turistas ha levantado ampollas en ambas caras de la moneda. Y, sin embargo, no es ninguna solución. Es solo un parche que a nadie – ni a los pros ni a los contras – deja contento. La ciudad de los canales es otro aviso más para los que aún defienden el turismo invasivo que está convirtiendo los patrimonios de la humanidad en parques temáticos y las ciudades en abrevaderos de paso.

            Venecia es una ciudad de 50.000 habitantes que ha de soportar el trasiego de diez millones de turistas al año. Hagan una simple división, y luego me hablan de sostenibilidad, por favor. En las pancartas que se leían en la protesta por lo de los tornos había de tutti. Los antisistema antitodo contratodo de siempre, y lo de los sufridos ciudadanos venecianos. “No somos una especie en extinción”, rezaba la más gráfica y auténtica de todas, refiriéndose a los ciudadanos venecianos. Lo cierto es que su censo está siendo empujado fuera de la ciudad, está siendo obligado a emigrar de su vecindad, casi un éxodo de la ciudadanía autóctona está largándose porque ya no pueden vivir ni pagarse la existencia en su propia ciudad.

            Se produce una sangrante dicotomía: el turismo resulta vital para sus ingresos, y el turismo los está excluyendo por la sobreexplotación y los sobreprecios que genera y que ellos no pueden pagar. Ni siquiera los funcionarios que residen prestando servicio en la propia ciudad. Aparte (esto no se valora) el deterioro patrimonial y medioambiental causado irremisiblemente, y cuyos costos restaurativos que se están empezando a calcular tímidamente, son mayores que los beneficios. “Somos de aquí, mantenemos esta ciudad, pero ya no podemos vivir en ella”, se aprecia en el texto de otra de las pancartas.

            “La población diaria que pasa al trote, triplica y cuadruplica la población propia. Los que explotan comercios y hosterías se están haciendo sus propias residencias en otros lugares fuera de la ciudad, sus empleados viven cada vez más miserablemente de un turismo que los empobrece con una carestía de vida mucho mayor que lo que mete en sus bolsillos, y si el fenómeno desapareciera de golpe, advertirían una Venecia asolada por la desolación”… Es el parlamento, certero y atinado, de un joven economista que sujeta una de las pancartas: “¿Habéis restado el Debe al Haber, o solo sabéis sumar?..” Otro también joven médico declaraba: “he nacido aquí, aquí presto mis servicios profesionales, aquí mantengo a mi familia, pero he de marcharme de aquí porque aquí ya no se puede vivir… yo no iré de turista a ningún sitio, pues conozco lo que supone y provoca el turismo desmedido y desaforado de primera mano”…

            Posiblemente, si nos dedicáramos a escuchar la voz de los vecinos y ciudadanos residentes de las grandes ciudades turísticas comprenderíamos mejor el problema. Pero solo oímos los tilines de las cajas registradoras de los sectores directamente interesados, tanto públicos como privados. Pero nunca, jamás, preguntamos a las personas que viven allí. Reconocen que viven del turismo, pero te dicen que cada día se vive peor. “Un ogro puede engordarte para luego comerte”, suelta un camarero guiñando un ojo al reportero…

            Yo no sé si algo se puede hacer sostenible sin tener que prescindir de ello, pero también sin entregarse a ello incondicionalmente, pues la gallina de los huevos de oro puede morir por la dureza de sus propios huevos. Pero sí que se adivina que el descontrol está dominando al propio control, aunque parezca una verdad de Perogrullo. Un control riguroso de visitas, como los que se imponen en los parques naturales o en las cuevas de pinturas rupestres, o algo parecido a ello, quizás funcionaría. Que cada ciudadaturista que desee visitar impulsivamente una joya patrimonial de la humanidad, sepa que tardará equis tiempo en llegarle la vez. Que aprenda a darle el valor que tiene y el motivo de las medidas para preservarlo para las generaciones futuras. Que se eduque en el respeto que debe mostrar al tener el privilegio de visitarlo. Y el agradecimiento por poder apreciarlo cuando le toque.

            Es que, si se fijan, habremos de reconocer que ninguno de esos supuestos se está dando actualmente en un turismo de mogollón y masificado, que hace de la cultura un selfie, o sea, que hace de la cultura incultura. Ninguno. Ni se otorga el valor adecuado, ni se preserva de las visitas-ganado, ni mucho menos, se les respeta. Al menos, tales medidas servirían para un par de cosas: para frenar la avaricia de unos y para fomentar la educación de otros.

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PRÓXIMO VIERNES, 1 DE JUNIO, 10,30 hh. En 187,7 FM: Programa de Radio EL MIRADOR.- Título: PORQUILANDIA… (cuestión de conciencia)