UN PAR DE EJEMPLOS
- Por miguel-galindo
- El 19/05/2017
Existe un caso que le he leído a Rosa Montero, escritora y columnista de El País, sobre una comunidad de vecinos que decidió instalar el servicio de ascensor en su edificio de cinco pisos. Como no todos se avinieron a pagar la derrama de gastos por la mejora, aquellos que estaban a favor decidieron instalarlo por su cuenta, si bien que limitando el uso a los que la habían abonado, mediante un dispositivo de uso accionado por una llave personal, dejando fuera a los que no había participado. Hasta ahí, lo veo razonable, si no fuera porque…
Pues se daba el caso que en el cuarto había un anciano impedido en silla de ruedas, que no podía salir a la calle y que apenas sobrevivía de una renta básica, por lo que no estaba en el club de los de la llave, no porque no quisiera, que lo necesitaba como el respirar, sino porque no podía permitírselo si, además, quería comer. Imposible subsistir con mayor gasto…
Contaba la autora también lo de una amiga suya, nacida nada más terminada nuestra guerra civil en un bloque vecinal de tan solo catorce familias, en la misma capital, donde se crió y creció hasta que de allí salió para casarse. Y cuenta, que en los años cincuenta, vivía en su comunidad un anciano, solo, que se hizo viejo e impedido allí, entre toda la vecindad. Y que, llegado el día de no poderse valer por sí mismo, y en que había que buscarle un asilo donde dejarlo, los vecinos se reunieron por única vez en su historia, y decidieron atenderlo entre todos, y no moverlo de su hogar, de su medio. Y formaron turnos para cuidarlo, limpiarle la casa, hacerle de comer, lavarlo, levantarlo y acostarlo… entre las catorce familias que vivían en el bloque. Hasta la muerte del anciano.
Uno siente un cierto escalofrío al pensar en ello. Y conviene pararse a pensarlo. Hoy, que disponemos de medios suficientes – aún y a pesar del varapalo de la crisis – somos incapaces de sentir un mínimo de empatía hacia el que más necesita de nuestra solidaridad, aunque viva entre nosotros. Eso es simple humanidad. Cuando ayer, con el hambre, la miseria y la necesidad mordiéndonos las tripas, éramos más personas, mucho más personas, de lo que somos ahora, que solo nos miramos en el espejo de nuestro ombligo.
La insensibilidad que mostramos en ciertas situaciones, casi un siglo después de cuando todos éramos pobres, parece mostrar que la experiencia de la historia, no solo no nos ha enseñado nada, sino que hasta hemos olvidado lo más básico y elemental de nuestra formación en valores. Valores humanos para ser más seres humanos, no sé si me explico…
La civilización ha hecho humanos de los animales. Eso es cierto. Es la ley de la evolución. Nos ha ido mejorando lentamente, poco a poco. Sin embargo, de un tiempo más o menos reciente acá, la apariencia, la sensación, es que retrocedemos, que involucionamos, que desandamos un algo el camino… No hablo ya de los refugiados, escupidos de nuestras confortables fronteras, estoy hablando de nuestros propios convecinos, portal con portal, puerta con puerta… De esos quiero hablar hoy.