VASALLO y SEÑOR

 

Cuan buen vasallo, si hubiera buen señor. Es el verso núm. 20 tan famoso del Cantar del Mío Cid. Y viene a cuento, y me viene a mientes, porque en todos los pueblos hay muchos buenos vasallos, aunque pocos, muy pocos, buenos señores… Cuántas personas hay de gran valía y altura moral en todas partes y de qué bajuna catadura algunos – quizá que demasiados – de sus gobernantes, de sus presidentes, de sus alcaldes, de sus dirigentes, que no sirvientes…

                Y quizá aquí resida el quid of the questión: en que se apuntan para dirigir, pero no para servir, si acaso, para servirse. Solo hay que echar un vistazo a cómo se agarran sus culos a los tronos, o echar un cálculo a sus valías y a lo que nos cuestan. No resiste la más circunspecta de las comparaciones. La diferencia entre lo que valen y lo que cuestan es tan desproporcionada que no puede uno menos que sentir una profunda vergüenza colectiva al comprobarlo. Es nuestro gran, enorme, pesado y pasado, pecado social. Nuestra gran injusticia…

                Existen siervos, muchos siervos, dispuestos a darlo todo por nada, o a cobrar casi nada a cambio de todo. Buenos siervos que dieron lo que ahora les falta a sus exangües bolsas, y que siguen dando lo bueno que tienen por lo poco que necesitan. Como existen señores, malos señores, que solo se comprometen si llenan su faltriquera hasta la rebosadera para lo poco que valen. Todos los pueblos de este miserable país están repletos de buenos siervos que no tienen buenos señores, y habría que pensar si es culpa de los primeros que nada piden o de los segundos que se lo quedan todo. Porque el hacerlo mal es tan irresponsable como el dejar hacerlo tan mal…

                Si los señores fuese lo suficientemente inteligentes como para saber percatarse de la existencia de esos buenos siervos (no confundir con serviles siervos) que son los dispuestos a echar una mano sin exigir lo que exigen los mercenarios a sueldo de su partitocracia, podrían llegar a aprender a ser buenos señores, e incluso, a comenzar a ser justos en el reparto y en el valorar las responsabilidades comenzando por el principio de todo principio: el motivo del porqué lo hace cada cual, y quién o quiénes hay detrás de cada cual…

                Existen países donde, por mucha democracia que en teoría haya, siempre serán tierra de vasallos y señores. Pero no tierra de ciudadanos. En los reinos de la incultura siempre habrá siervos y regidores. Lo menos a lo que se puede aspirar en ellos es que, entre tantos buenos vasallos, también comiencen a existir algunos buenos señores…