VÉRTIGO
- Por miguel-galindo
- El 27/08/2018
Existe un mendigo urbano en nuestro país hermano, y luso, Portugal, que es un caso digno de comentar. Se llama Vítor Leitao, y tiene una vida surrealista, entre modelo altamente buscado y cotizado, y perro callejero… Un extraño sujeto que juega con lo primero sin querer dejar lo segundo. Que experimenta entre el ser divo y el ser un don nadie. Que saca conclusiones de lo uno para aplicarlo a lo otro… No me digan que no es rara avis.
Leitao es un ingeniero informático de muy altos vuelos, director de red de una universidad privada, hasta que ésta trincó llevándose la caja (¿de dónde me suena a mí esto, Dios mío..?), dejando en la calle a todos sus empleados, sin indemnización, sin paro, sin derechos, sin-vergüenza… en fín, así el muerto, así los deudos – aquí es exactamente igual – y tampoco pasa nada. Así que con más de 50 tacos se fue a Mozambique, donde trabajó para el gobierno de allí. Más de lo mismo. Tras cinco años de montarle al Estado un Programa Nacional para la Factura de Contadores, ni le pagaron, ni le reconocieron, ni le agradecieron, si no que lo devolvieron a la metrópoli con una mano delante y otra detrás…
El viejo Vítor se ha tirado décadas viviendo con los trucos de valerse para dormir gratis, comer por un euro y sacarse cinco revendiendo abonos del Metro… Hace poco, un agente de Vogue lo vió pegado a un escaparate. Larga barba blanca, rostro inteligente, buen estilo, pinta del protagonista de aquella genial y antigua película española Calabuch, de sabio norteamericano huido de sí mismo, rostro intuido de intelectual humanista… le sacó unas fotos y las envió a Sonda People, una atípica agencia dedicada a ofrecer no menos atípicos modelos publicitarios con personalidad propia bien definida. “Solo personas auténticas”, reza en su tarjeta de visita…
Vítor Leitao se dejó hacer un “book” fotográfico, que la agencia ofrece a primeras marcas como modelo publicitario “con algo”, pero no quiso firmar ni un solo contrato por suculento que éste fuera. Dejó muy claro que no quiere esclavizarse con lo que él ya no considera importante, ni siquiera la etiqueta “calidad de vida”. Que prefiere la libertad y la plenitud de vivir en la calle, a su aire…
Así que, desde 2.015, esporádicamente, si le hace tilín o falta para algo, y le apetece, va y hace alguna página para Vogue, o algún anuncio de Lidll Smart, o de la Federación de Fútbol, incluso alguna campaña navideña, “solo para darme algún capricho”, dice, pero “viviendo una vida que, por primera vez en mi existencia, considero como propia”, asegura… “y no de los demás”, añade con un guiño de satisfacción. “La propia sociedad me ha señalado el camino. No le debo nada, pero me lo debo todo a mí mismo”.
Veo su fotografía en el periódico donde leo su peripecia, y me parece un Diógenes satisfecho en su barril. Un hombre sabio entre los sabios que mandó a hacer puñetas a un mundo y a una sociedad que había abusado de él, y que, para estar en paz con ese mundo y con él mismo, ahora solo se molesta en recoger lo poco que del tal mundo le apetece. Que no necesita más para mantenerse libre, renunciando al resto de lo que se le ofrece.
“No estoy enfermo. He recuperado la salud. Estoy satisfecho. Soy feliz. ¿Acaso necesito más..?”. Y yo también me pregunto: ¿Qué pasaría si todas las personas, todas, tuviésemos el coraje de hacer lo mismo?.. Y me dá vértigo contestarme.
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