...Y OTRO AÑO MÁS

Otro día de Todos los Santos al coleto… Cuenta Lucía Etchebarría en su artículo de la semana una experiencia aterradora: Le dijeron que si el día 31/10 a las 12 de la noche, se ponía ante un espejo, con una vela encendida y las luces apagadas, e invocaba por tres veces el nombre del difundo que quería ver, éste se le aparece reflejado en el espejo. Confiesa Lucía que, más por curiosidad malsana y algo de morbo, que por otra cosa, nombró tres veces a su padre… Y, justamente, se le apareció reflejado como un clavo.

Refiere su espanto, su grito estentóreo, su temblor y su pánico hasta que atinó a encender la luz, salir a la calle y meterse en un bar que aún estaba abierto,, tomarse unas copas, y luego buscar un lugar donde poder pasar la noche en compañía. La casa de una amiga, con la que poder compartir el susto… Dice, incluso, que a la luz del día siguiente tuvo que hacer acopio de valor y voluntad para regresar a su casa…

Pudo ser cualquier cosa, desde una ilusión óptica a una psicósis, alucinación o sugestión, pasando por la posible realidad del hecho. Todo vale cuando es uno, o una, en primera persona, quien lo vive… El teorizar en ajeno es fácil en estos casos. Y muy cómodo, también. Todos guardamos en nuestra mente los suficientes fantasmas como para que se nos manifiesten, llegado el caso… Por eso es mejor que los visitemos nosotros, y que no nos visiten ellos… Es posible, fíjense bien, que la costumbre ancestral de la visita a los cementerios está anclada en un tipo de exorcismo antiguo, del estilo de “tú quédate dónde estás, que yo vendré a verte…”.

Yo, lo confieso y me acuso, no visito a mis muertos… miento, sí que los visito, con mucha frecuencia además, pero no dónde se guardaron sus despojos, que es donde manda la tradición, si no en mi mente, en mi corazón, en mis recuerdos, en mis vivencias, querencias y referencias… Y cada vez más a menudo. Además, entre familia y amigos son ya tantos mis muertos, que me sería imposible visitar los restos de todos, alguno de los más querido, incluso, se le dieron alas a sus cenizas para que volara libre del todo. Sí que, a pesar de mi reconocida transgresión , así lo prefiero y así mismo lo hago…

Eso no quita para que respete lo que también forma parte de lo entrtañable de los pueblos: el acicalamiento familiar de panteones y sepulturas; el vanyvienen de las gentes armadas con cubo y bayeta; el comadreo, y compadreo, entre conocidos y allegados, o llegados esos días, más bien regresados.; los corros circunstanciales para ponerse al día de la salud y las noticias (hoy, socializar)… Todo eso es el fascinante discurrir de la vida entre el escenario de la muerte. A mí me recuerda el inicio de la película de Almodóvar, “Volver”, en un cementerio, en el trajín de su puesta a punto…

Frota bien las letras, hija, que luzca bien el nombre de padre”… dice la una a la otra, con ese desparpajo de los vivos, con un ojo en la memoria a los muertos y el otro en presumir ante los otros vivos. Que se sepa quién está enterrado aquí… O aquella otra, al pasar ante una vecina, “qué hermoso se te está quedando, María…”, lo que no deja de ser una rotunda aprobación para el día del repaso, y una satisfacción por parte de quién la recibe… Que luego, en su día, pasarán los/las del censo, a ver qué muertos tienen visita, y los que no.

A mí me pondrán falta todos los años, y no se lo voy a reprochar a estas alturas. Yo sé que no es una falta de respeto hacia mis muertos, si no hacia mis vivos, repasadores y cumplidores de esas costumbres añejas que hacen leyes de las tradiciones. A ellos falto, pero no a mis difuntos. Espero, y confío, que tales censores respeten mis creencias como yo respeto las de ellos, aunque no las comparta… Allí hay una lápida con el nombre de mis ancestros, lo sé, pero sus nombres no se me van a olvidad nunca, por mucho que yo lea el mármol que los escribe. Mucho menos lo que compartimos de vida, lo que de mí llevan con ellos, estén donde estén, y lo que de ellos llevo en mí… Y no los recuerdo mejor a pie de lápida que aquí.

A pesar de eso, el denso faenar de los deudos entre sus difuntos, no deja de atraerme, lo reconozco y lo respeto… Al fin y al cabo es el mejor símbolo de que la vida se abre paso y se pone a trajinar entre la muerte…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com